La luz mala
La luz mala
Toda luz que se enciende
es una sombra surgida en
alguna parte.
(Anónimo)
Siempre me gustaron las
historias sobre mitos y creencias. Leerlas, verlas en el cine, pero sobre todo
me gusta que me cuenten este tipo historias. Sin embardo, nunca había
protagonizado ninguna.
Tengo un tío que vive en
el Chaco y cada vez que nos juntamos nos cuenta sus anécdotas sobre sus
vivencias en el campo.
Una noche después de Navidad
comenzó con sus historias. Recuerdo que esa vez nos dijo que había visto a la
luz mala.
Antes de eso nos contó
algunas cosas raras sobre algunos animales que viven allá.
Nos contó por ejemplo
como cazan a los jabalíes, que muchas veces los siguen varias horas y a veces
hasta días acompañados por muchos perros, de las peleas a muerte que tienen y
como con sus grandes y potentes colmillos un jabalí puede partir a un perro en
dos. También nos contó como los lugareños cuelgan a las lampalaguas de la punta
de los árboles durante días hasta que se mueren para que se les estire la piel
y de este modo puedan venderlas más caras.
Lo más extraño que nos
contó sobre los animales es como las lampalaguas cazan a los zorros. ¿Una
lampalagua, que no es venenosa, cazando a un zorro que es más ágil y rápido que
una víbora? Sí. Resulta que la lampalagua se esconde y cuando aparece el zorro
se le pone delante, se eleva unos centímetros y mirándolo fijo abre muy grande
la boca produciendo un sonido similar a un suave rugido. El zorro en vez de
correr y huir se queda paralizado por el miedo, la lampalagua mientras tanto se
le va acercando de a poco, siempre mirándolo fijo a los ojos, la boca de par en
par y produciendo ese sonido amenazador en forma constante. El zorro no hace
nada, se queda quieto temblando del susto. La lampalagua se le acerca hasta que
se lo empieza a comer ahí mismo. Vivo, muerto de miedo.
Después le preguntamos
si no había visto nada raro, si apariciones o cosas por el estilo, y fue ahí
que nos contó que no una, sino varias veces había visto a la luz mala. Lo dijo
como si eso allá en el monte fuera algo normal. Y se puso a dar más detalles: -
Allá hay una que aparece siempre, queda camino a un campo que tenemos en el
medio del monte, muchas veces cuando vuelvo de noche se ve a lo lejos del
camino una luz roja que se empieza a elevar, se va levantando y se queda quieta
como a unos treinta metros de altura, cuando uno se va acercando se hace más
grande hasta que desaparece dentro del monte. Dicen que por ahí vivía una
vieja que desapareció, pero esas son cosas que dicen. – Luego aclaró- Todo el
mundo en Los Frentones vio esa luz mala.
Me acuerdo que mi abuelo
también me contó que había visto a la luz mala. Él siempre me contaba de sus
andanzas de cuando vivía en el campo, de su caballo, de cómo se la rebuscaba y
uno de esos rebusques era ir de caza. Una vez había ido con su papá a cazar
vizcachas. Una noche en el medio del campo, los perros que habían llevado
empezaron a llorar, de repente se fueron corriendo y no se los vio más. A los
pocos segundos apareció una luz roja que iluminaba gran parte del campo. La luz
se levantó varios metros, se quedó arriba en una posición fija y luego
descendió hasta un alambrado. Su papá le dijo que no pasaba nada, que rezara.
Mi abuelo le hizo caso y se puso a rezar mientras que la luz siguió su marcha
por encima del alambrado muy lentamente, siguió unos cincuenta metros y luego
regresó. Ascendió un poco, descendió y repentinamente desapareció. Me dijo que
los perros volvieron al otro día.
Su papá le contó que esa
luz siempre aparecía, decían que cerca de ahí había una tapera y que según
comentaba la gente en el pozo de agua habían arrojado a algunos indios de la
época de la campaña del desierto. Lo que se reflejaba en el aire era el fósforo
de los huesos. Que no le tenía que tener miedo que esa luz no hacía nada.
Me acuerdo que estaba
entre segundo y tercer año de la secundaria y tenía ganas de irme de vacaciones
a Salta, pero no tenía un peso. Mi tío me dijo que me llevaba, que tenía viajar
para allá, pero antes se tenía que quedar unos días en el Chaco. No lo pensé mucho y me
fui con mi tío a Salta, antes nos quedamos un tiempo en un pueblito llamado Los
Frentones.
Ahí descubrí que la vida
en el monte es fantástica. Realmente las personas que viven en esos parajes
están en contacto total con la naturaleza, viven a un ritmo muy tranquilo. La
inclemencia del tiempo y las grandes distancias son algunas de las
características a las que los pobladores se tuvieron que adaptar. A mí me costó
adaptarme sólo un par de días. Nos levantábamos temprano, tomábamos unos mates
con tortilla casera y después nos íbamos en su camioneta a recorrer el campo
viendo cómo iba el obraje, los hornos de carbón, el aserradero. Él tenía que
hacerse cargo de varias cosas: llevarle alimento y tabaco a los hacheros,
conseguir los repuestos de alguna sierra rota, controlar la carga de los
camiones, si le faltaba el agua a los animales y cosas por el estilo. Siempre
me iba contando anécdotas, -acá vi una vez a un jabalí que se me cruzó, en ese
lugar siempre hacemos guitarreadas, acá suelen aparecer suris-. Lugar donde
íbamos algo le había pasado.
Una tarde tuvimos que ir a un campo que estaban
desmontando. Salimos después de la siesta. Quedaba como a sesenta kilómetros
del pueblo.
Como a la media hora de
andar por un camino recto en medio del monte, me señaló el lugar donde a él le
parecía que veía a la luz mala aparecer.
-¡Viste la luz mala esa
que les conté la otra vez, bueno, aparece más o menos por acá!-
Esa tarde estuvimos en
el campo junto al obraje. Recuerdo lo interesante que fue ver la forma de vida
de los hacheros.
Pegamos la vuelta de
tardecita, cuando el sol comenzaba a desaparecer. Un sol grande y rojo que
pronto comenzó a ocultarse detrás de esa gran maraña de árboles a la que llaman
“El impenetrable”.
La noche nos agarró en
el medio del camino y cuando estábamos llegando se nos pinchó una rueda.
_ ¡La puta madre, no
tengo auxilio! Se lo deje esta mañana al gomero y me olvidé de pasarlo a
buscar. ¡Ta’ que lo parió! No importa- me dijo- Yo me voy caminando a buscarlo
y le digo al gomero que me alcance hasta acá. Total no estamos lejos, un par de
horas caminando y media hora de vuelta. En un rato estoy de nuevo por acá. Vos
quédate, total ¿Que te puede pasar?
Se llevó una pistola
calibre veintidós por las dudas que se cruzara con algún jabalí y una linterna.
A mí me dejó la escopeta del dieciséis. Por las dudas nada más.
-No pasa nada, en rato
vuelvo- Y se fue nomás.
Dicen que el miedo hace
que los sentidos se agudicen. Pronto comencé a escuchar ruidos por todos lados,
a ver ojos de animales entre la arboleda, a sentir olores que nunca había
percibido. El calor seguía presente en la noche. Pero esa sensación inicial de
pánico se fue yendo y me fui tranquilizando un poco, disfrutando del hecho de
estar en el medio del monte, en el medio de la noche, en el medio de la nada.
Inclusive me bajé de la
camioneta para estirar las piernas con la escopeta en la mano, no por miedo
sino para ponerle un poco más de condimento a ese hecho inusual que estaba
viviendo.
A la media hora ya
estaba aburrido. Trataba de sintonizar alguna radio pero las señales eran muy
débiles. Pasó un rato largo y ya me estaba acomodando como para dormirme en el
asiento de la camioneta.
También dicen que los
animales tienen los sentidos más desarrollados que las personas. Algo comenzó a
suceder que yo no me di cuenta. De repente, las cigarras, los grillos, los
pájaros y todos los bichos del monte se callaron. La brisa calurosa que
entraba por las ventanillas se detuvo. Algo estaba pasando o estaba por pasar.
Nuevamente todos mis
sentidos se agudizaron. El silencio siguió por unos segundos.
En realidad yo me estaba
auto-engañando, desde que me quedé sólo en ese lugar evité pensar si ese podría
ser “el lugar”. Desvié mi mente para otros rumbos, pero uno tarde o temprano se
tiene que enfrentar con la verdad.
Parecía como si el
tiempo se hubiera detenido, nada se movía, nada se escuchaba, nada se veía,
solo oscuridad y silencio. Hasta que en el cielo un pequeño resplandor comenzó
a aparecer.
Giré mi cabeza hacia ese
resplandor y de entre los árboles una pequeña luminosidad roja se divisaba
lejana pero cada vez se hacía más visible, como si se estuviera acercando. Al
principio parecía como si alguien viniera con un farol en la mano. Los
rayos tratando de penetrar el monte eran cada vez más claros. La fuente que
producía la luz se iba acercando cada vez más avanzando en línea recta. Cuando
estaría a unos cincuenta metros, pude divisar una luz, que se acercaba en forma
constante. El monte de pronto estaba todo iluminado, el camino comenzó también
a iluminarse y a proyectar la sombra de los árboles. Treinta metros, veinte.
Hasta que dentro del monte comencé a verla más nítida, como un gran farol que
se mantenía a un metro de altura del piso. Era sólo una luz, no había
nadie, sólo una luz que avanzaba.
Desde el momento en que
empecé a verla no atine a hacer nada, me quedé inmóvil, sin pensar, sin intentar
salir corriendo, sin subir la ventanilla. Estaba ahí, dentro de la camioneta
paralizado del terror.
La luz finalmente salió
del monte, era como un gran farol de color rojo que alumbraba todo el camino.
No puede determinar la potencia que tenía, no era fuego, no era artificial. El
centro de la luz era como una especie de gas amorfo de unos veinte centímetros.
Avanzó hasta el medio
del camino y allí se detuvo mientras tanto el cuerpo lumínico se fue
transformando haciéndose más grande. Era como un globo que se iba estirando y
tomando una forma diferente, la luz se hacía más difusa y pude observar cómo
fue tomando forma humana. Se podía distinguir una cabeza, los brazos, las
piernas. Todo se fue haciendo más nítido, pude distinguir los dedos, una larga
cabellera, la nariz, la boca. Hasta que se convirtió en la figura de una mujer
de edad avanzada que me miraba fijo, aunque en el lugar de sus ojos tenía una
sombra oscura. Fueron pocos segundos que estuvimos frente a frente. Entonces
comenzó a elevarse, a subir despacio. El techo de la camioneta hizo que la
perdiera de vista. Habrá llegado a una altura de unos quince o veinte metros.
Se quedó ahí un rato. No podría decir cuánto fue. Todo ese tiempo me mantuve
inmóvil. Por las sombras que comenzó a producir me di cuenta que comenzaba a
bajar hasta llegar nuevamente a la altura de la camioneta. Esta vez no se
detuvo en el camino, apenas bajó volvió a tomar de nuevo el rumbo por donde
había llegado, dándome la espalda. Muy parsimoniosamente comenzó a dirigirse
hacia el monte. Antes de entrar dio vuelta la cabeza, me miró nuevamente y me
hizo señas con la mano como para que la siguiera, siguió haciendo ese gesto
hasta que penetro en el monte y su luz comenzó a desvanecerse hasta que
finalmente desapareció.
El silencio siguió por
unos segundos y todo comenzó a normalizarse. El viento comenzó a entrar por las
ventanillas, las cigarras, los grillos y los pájaros se volvieron a escuchar.
A lo lejos se veía un
par de luces blancas en el extremo del camino. Era mi tío que volvía con la
rueda de auxilio.
Cuando llegó le conté
todo con lujo de detalles.
Esa noche no pude pegar
un ojo hasta el otro día. Tenía gravado el rostro de aquella mujer. El miedo no
se me había ido totalmente, aunque ahora sentía una gran curiosidad.
Al otro día le dije a mi
tío que me llevara nuevamente al lugar adonde había aparecido la luz.
Salimos temprano,
recorrimos el mismo camino del día anterior. El monte era el mismo pero yo lo
veía diferente. En esencia, yo también era el mismo.
En media hora llegamos
adonde nos habíamos quedado la noche anterior. No sé cómo hizo mi tío para
reconocer el lugar exacto. Todavía se veían las huellas de la camioneta.
-Vamos a ver de qué se
trata todo esto- me dijo.-¿ De qué lado decís que se metió?- me preguntó.
-Por acá- le dije
señalando el lugar por donde recordaba a aquella anciana que me había hecho
señas como para que la siguiera.
Justo en el lugar por
donde había visto entrar al monte la imagen de la mujer, ambos vimos unos ojos
saltones medio colorados, un hocico muy peludo y unos grandes colmillos. Era un
jabalí.
Apenas nos vio se metió
en el monte. Habíamos llevado un par de perros que ahí nomás saltaron de la
parte de atrás de la camioneta y comenzaron a seguirlo.
Mi tío me miró fijo y me
preguntó: -¿Te animas?
Ni lo dudé. Así que machete
de por medio nos internamos en el monte. Cada uno iba armado con una escopeta.
No había senderos, había malezas, muchas plantas con espinas, todo eso cobijado
por la sombra de grandes árboles. Los perros iban adelante y pronto los
ladridos se fueron alejando cada vez más.
El calor era agobiante,
estaba todo transpirado, raspado por las espinas y sin embrago una sensación
muy reconfortante e inexplicable me daba las fuerzas necesarias para seguir el
ladrido de los perros adonde fueran.
Fue entonces que nos dio
la sensación de que los perros se habían detenido. Seguimos sus ladridos y los
mismos se fueron escuchando cada vez más cerca. Habremos tardado unos quince
minutos en llegar hasta donde estaban. El monte se fue haciendo menos tupido y
entonces pudimos caminar un poco más rápido, hasta que nos encontramos en un
gran círculo de unos treinta metros de diámetro, sin plantas, ni arbustos, sólo
un gran lapacho en el medio. Debajo de ese árbol estaba parado el jabalí frente
a los dos perros que lo ladraban. El jabalí estaba quieto, con una actitud como
desafiante. Era inmenso, de casi dos metros de largo, pelos duros de color gris
y blanco y mostraba amenazante sus grandes colmillos. Mi tío me dijo después
que seguro debería pesar más de doscientos kilos.
Cuando nos vio llegar
nos miró fijo, se dio vuelta y dio unos pasos hacia el gran lapacho. Emitió un
gran gruñido y se volvió hacia nosotros y volvió a gruñir. Nos miró unos
segundos más y comenzó a caminar tranquilamente hacia un costado, hasta
internarse nuevamente en el monte. Nosotros nos quedamos quietos, no intentamos
seguirlo y ni siquiera intentamos apuntarle. Los perros tampoco lo siguieron, continuaron
ladrando en dirección al árbol. Algo había allí.
Nos acercamos despacio,
y ahora sí, con la mira de las escopetas apuntando hacia donde los perros
ladraban.
Para nuestra sorpresa
nos encontramos con un montón de huesos, un par de alpargatas, trozos de telas
y una calavera que aún conservaba unos largos cabellos grises.
Me quedé una semana más
en el Chaco antes de irme para Salta. Los restos que encontramos eran de una
mujer que se había perdido en el monte hacía unos cinco años más o menos. No
voy a dar el nombre por respeto a su familia. Luego del velorio la enterraron
en el cementerio del pueblo.
Desde entonces nunca más
se vio por ese camino a la luz mala, que después de todo, de mala no tenía
nada.
MJS
Nota del autor: La luz mala es uno de los mitos más tradicionales de nuestra cultura
popular. Se cree que es una pequeña luz que aparece generalmente en el campo.
Se dice que si es blanca es buena y que si uno cava en el lugar donde aparece
puede llegar a encontrar grandes tesoros, en cambio si es roja es mala y los
que se atrevieron a cavar donde sale, encontraron restos humanos, inclusive
algunos en urnas indígenas.
La creencia que más se
ha divulgado es que la luz es un alma en pena vagando por la eternidad en busca
de su familia y que no han tenido una santa sepultura. Por eso suele
recomendarse rezar si uno ve a alguna.
También dicen que la luz
mala es el candil del diablo o “farol de mandinga”, según los criollos con
el que Lucifer suele pasearse en busca de algún alma curiosa con el propósito
de tentarla y llevarla consigo hacia alguna de sus guaridas.
Hay innumerables casos
de personas que la vieron aunque no hay registros fehacientes que esa luz le
haya hecho algo malo a alguien.
Lo cierto es que la luz
existe, se produce por la emanación que producen los gases de los cuerpos en
descomposición que mezclados con el fósforo que tienen los huesos
generan esa luz que se suele observar por las noches paseándose por las
inmensidad de los campos de nuestro país.
Así que ya saben, si se
encuentran con alguna, no hagan nada, simplemente recen. Ahora, si a la luz la
lleva el mismísimo Lucifer, entonces mi estimado lector, entonces su alma
estará perdida para siempre.
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