Kho Lanta

Koh Lanta
Koh Lanta es una isla ubicada en el mar de Andaman, Tailandia. A 20 kilómetros de las islas Phi Phi. Tiene unos 30 km de largo por 4 de ancho.
En Koh Lanta, al ser una isla relativamente chica, lo ideal es alquilarte una moto y recorrerla de punta a punta mientras vas conociendo playas. Cada una es diferente, con olas, sin olas, desoladas, con bares, con monos, con o sin puesta de sol. Lo mejor de esta isla es que es muy tranquila, no tiene esa multitud de gente, negocios de artículos regionales, playas atestadas de personas o el ruido constante de motores de lanchas. Todavía se puede estar en la isla sin que se haya infectado de turismo.
Un día, recorriendo la isla, fuimos a una playa chiquita, rodeada de montañas y donde no había nadie. Lo único que había, era un bar abandonado. Abandonado si, deshabitado no. Una familia de monos vivía ahí. Estaba el padre, la madre y varios monitos. Son curiosos, y si te descuidas, en seguida te quieren revisar la mochila. Escuche que a más de uno le robaron el celular o la cámara de fotos. Y los monos te miran, caminan, se van a la playa y mientras los mirábamos, el mono la agarro a la mona y tuvo sexo, ahí en el medio de la playa. Sin vueltas, sin rodeos. Eso sí bastante rápido. Te vas acostumbrando a ver monos por todos lados. A lo que es imposible acostumbrarse es a ver elefantes. Dando vueltas en moto vi una elefanta con un elefantito bebé. Más allá de que los tengan a la vista para promocionar un parque y que no es lindo verlos encadenados, es imposible que no me dejen de fascinar.
Acá mi viaje cambio un poco porque ya no recorro los lugares solo. Me volví a encontrar con una argentina que conocí en Phi Phi, que a la vez conoció a una española, que a la vez conoció a un alemán. Es un hecho, si o si, vas conociendo personas que te acompañan algunos días y después cada cual sigue su propio camino y seguís solo o con otros viajeros y si te volves a cruzar, volves a compartir el descubrir nuevos lugares. Y de repente surgen mensajes: -Ey vamos a tomar una cervezas a lo de Bob?- y entonces agarro la moto y me voy al bar de Bob a compartir cervezas y charlas y juegos con personas de todas partes del mundo. Bob, el dueño de ese bar en particular, merecería todo un capítulo aparte. Un tailandés con rastas hasta la cintura que está todo el día sonriendo. Muy interesante escuchar su relato acerca de donde estuvo el día del tsunami del 2004.
Una noche fui a otro bar y me quedé jugando al pool con un suizo, y en seguida se sumaron un par de neoyorquinos y después los pibes del pueblo, inclusive un tailandés me desafió a una partida por plata. Y en seguida, música, chicas de cualquier lugar del mundo bailando, más cervezas. La noche en general me encanta, y la noche tailandesa no es la excepción. Lo malo es que me sale caro y se me va del presupuesto salir todos los días.
Otro día hicimos una excursión a cuatro islas. Para muchos fue la peor excursión de sus vidas. El clima no era bueno y el bote se movía mucho por las olas. Todos tenían caras serias y hasta algunos se descompusieron. A mi me pasaba lo contrario. Me fui adelante a que me salpique el agua y el aire del mar, mientras disfrutaba a más no poder las subidas y bajadas del bote.
Para despedirme de Koh Lanta fui a una playa de las que me había gustado y me quedé jugando con las olas toda la tarde. No es frecuente acá ver un mar lleno de olas como Mar del Plata. Por lo general el agua parece una laguna. No me quedé a ver la puesta de sol como todos los días anteriores. Preferí a esa hora disfrutar del camino que va bordeando la costa o va por las montañas, rodeado de verde. Y cuando volvía vi una escena triste y conmovedora a la vez. Un mono había sido atropellado y estaba tirado en el medio de la ruta, rodeado de varios monos que estaban como lamentándose o a lo mejor trataban de ayudarlo o salvarlo. Vaya uno a saber. No me detuve, pero me quedó grabada esa imagen el resto del camino.
Hoy es mi último día, por ahora, en Tailandia. Mañana me voy a Malasia, a Kuala Lumpur. Me cuesta irme, me gusta mucho este país. El clima, (desde que llegué que no uso jeans), la comida (como voy a extrañar el pad thai!), el mar, el aire de mar, el olor a verano constante, la tranquilidad, (a la moto que alquile la puedo dejar estacionada con la llave puesta y nadie la va a tocar). Y la gente de Tailandia es increíble, siempre sonriendo, tranquila, despreocupada, amable. Sé que voy a volver, me quedan muchos lugares de este país por conocer y además es como que le tomé cariño.
Pero tengo que seguir el viaje, con ganas de esa adrenalina de conocer nuevos países, ciudades, culturas, costumbres y personas. Hace casi un mes que comencé a viajar y parece que hubiese sido hace menos tiempo y por las cosas que viví parece más, mucho tiempo más. U otra vida. Eso. Es como si estuviera viviendo una nueva vida. Un camino de vida.
Marcelo Javier Silva
15 de Mayo de 2017

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