Guillermina F.
Guillermina F.
Tomar la decisión de suicidarse
no es fácil, requiere de mucha valentía. Muchos dirán lo contrario: Que uno es
un cobarde, que no quiere afrontar el futuro, que no es capaz de solucionar los
problemas por más graves que sean, que la vida es una sola y hay que
aprovecharla, pero ¿Qué sentido tiene mi vida en estos momentos si Guadalupe me
abandonó? Me dejó de un día para otro y lo peor de todo, por otro. Se va a
casar con otro. Mi vida era ella y solo ella. Sin Guadalupe ¿Para que seguir
viviendo?
Así que después de noches sin
dormir, de pensar estrategias para recuperarla, de querer vengarme de ella (inclusive
llegué a pensar en matarla), después de un período de tiempo que tengo perdido
en mi recuerdo, tomé la decisión de terminar con todo esto de una vez y para
siempre.
Una noche fui en mi auto hasta plaza
Colombia, en Barracas, me senté en el mismo banco en donde le declaré mi amor y
volví a pensar en ella, hasta se me pasó por la cabeza darle una última
oportunidad de que vuelva y se case conmigo.
Estaba sumergido en esas melancólicas
meditaciones hasta que me decidí. Saqué el revolver y cuando estaba por
colocarlo en mi sien, un sonido seco y potente me abstrajo de mis planes.
Parecía un disparo. Me sobresalté y los gritos de una mujer despertaron un
instinto de solidaridad y curiosidad dentro de mí. Sin pensarlo corrí detrás de
ellos.
A unos veinte pasos me encontré
con una mujer joven, que estaba tirada en el piso y con una gran mancha roja en
su pecho, que se agrandaba cada vez más y que manchaba su delicado vestido
blanco.
- ¡Por favor, ayúdeme! - Me dijo
con una débil voz, apenas perceptible.
Sin dudarlo la cargué en mis
brazos, la subí a mi auto y la llevé al hospital más cercano que encontré.
Respiraba con una gran
dificultad.
Cuando llegué los enfermeros de
la guardia la subieron a una camilla.
En ese momento me sentí como si
estuviera en otro mundo, viviendo una nueva realidad, apenas la dejé en el
hospital me marché a mi casa a reordenar mis ideas. El rostro de esa mujer me
había cautivado, era hermosa, sus ojos suaves, sus mejillas como de terciopelo
y sobre todo su aire aristocrático. Tenía una forma de comportarse, que inclusive
hasta ese momento en que su vida corría gran peligro, se comportó de un modo
tan fino y delicado que, a pesar que hacía rato me había olvidado de Dios,
comencé a rezar para que ella pudiese salvarse.
Esa noche no pude dormir. Pronto
me olvidé de Guadalupe y de que hacía unas horas había pensado en suicidarme
por ella. Mi vida había cobrado un nuevo sentido, una nueva sensación de
esperanza y alegría habían renacido en mí después de haberme cruzado con esa
mujer.
Solo deseaba que se hubiese
salvado.
Sin embargo no me animé a ir al
hospital, tenía miedo de recibir una noticia fatal.
Decidí esperar.
Estuve dos días deambulando por
las calles pensando. El rostro de ella se reflejaba en cada mujer que me
cruzaba.
Cuando esa tarde estaba llegando
a su fin y la noche mostraba sus primeros indicios volví a mi casa.
Para mi sorpresa, en la puerta me
estaba esperando esa mujer por la cual mi vida había tomado un súbito giro.
-Buenas tardes- Me dijo -Desde
hace unas horas que lo he estado esperando.
-Buenas tardes- le contesté, casi
titubeando.
Era más hermosa que lo que
recordaba. Me sonrió y esa sonrisa me desequilibró por completo.
-¡Qué alegría verla! Estuve
pensando mucho en usted y me alegra que se haya salvado.
-Muchas gracias, vengo a eso, a darle
las gracias, mis infinitas gracias a usted que me salvó.
-No fue nada- le dije
modestamente- Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
-No se haga el modesto, le estoy
eternamente agradecida, estoy en deuda con usted.
-Por favor, el sólo hecho de
verla con vida es suficiente para mi. ¿Quiere pasar a tomar una taza de café?
-Le agradezco pero hoy tengo otro
compromiso. Ya me tengo que marchar. Sólo vine a darle las gracias.
-Igual me gustaría verla
nuevamente, ¿Quisiera cenar conmigo mañana?
-Estaría encantada de cenar con
usted. Tome, le dejo mi tarjeta, mañana a las 20 pase a buscarme por mi casa-
Me dijo eso y se fue.
Al otro día fuimos a cenar, fue
una noche maravillosa, estar con ella era algo mágico, era la mujer más
maravillosa que había conocido, además de ser hermosa, era muy inteligente y
con la simpatía y cordialidad que hacían que su trato fuera agradable todo el
tiempo. Sin lugar a dudas me había enamorado.
Y ella al poco tiempo también me
confesó su amor. De estar a punto de suicidarme a la felicidad plena y total.
¡Qué misteriosa que es la vida!
Se llamaba Guillermina Ferrero,
provenía de una aristocrática familia de la ciudad.
Pasado un tiempo me contó lo que
sucedió esa noche, me dijo que un antiguo pretendiente la había citado en esa
plaza y le declaró su amor y ante la negativa de ella, él le dijo que si no se
casaba con él no se iba a casar con nadie y le disparó. Ahora está prófugo de
la justicia, pero ella estaba segura que pronto lo atraparían ya que toda la
policía estaba en su búsqueda.
Nuestro noviazgo pronto se
formalizó y en poco tiempo ya hablábamos de casamiento. Ya me había olvidado
completamente de Guadalupe, toda la tristeza y sufrimiento que había pasado,
ahora se habían trasformado en felicidad.
Con Guillermina nos habíamos
comprometido y decidimos casarnos en la iglesia que estaba enfrente de la plaza
en dónde la había conocido.
Nunca me voy a olvidar de esa
tarde.
Fuimos juntos a reservar turno
para casarnos, nos dirigimos en mi auto y estacioné enfrente de la iglesia.
-Esperame acá mi amor- Me dijo
Guillermina, hago la reserva del turno y en quince minutos estoy de vuelta.
-Está bien, te espero- Le dije.
Ella sabía que a mi no me
gustaban las iglesias, y si me casaba religiosamente era sólo por ella. Así que
decidí esperarla en el auto.
Pasaron quince minutos, media
hora y Guillermina no aparecía. Cuando había pasado más de una hora decidí entrar
para ver porqué se demoraba tanto.
Me encontré con una iglesia
bastante extraña, tenía unas llamativas arañas y unos grandes y lujosos
vitrales.
Camine unos pasos y me topé con
algo que me paralizó por completo. En un rincón de la iglesia observé con
terror que había una estatua de una mujer idéntica a Guillermina. Me acerque
para observar mejor y una ola de frío me invadió por completo.
Sin dudas era ella, sentada y con
el mismo vestido que la encontré la noche que le dispararon y su lado un niño
de unos ochos años aproximadamente.
Debajo había una placa, y lo que
leí me llenó de espanto, decía: “En homenaje a Guillermina Ferrero, Buenos
Aires, 26 de febrero de 1846 – 30 de enero de 1872” .
Una puñalada en mi pecho no
hubiera producido el efecto que me causó lo que estaba viendo.
Salí corriendo, fui hasta su casa
a buscarla, toque la puerta y nada. Volví a insistir y nuevamente y nada. En la
casa no había nadie.
Fue entonces que se me ocurrió ir
al hospital en dónde la había dejado la noche que la conocí para ver si me
podían aclarar algo de lo que estaba pasando.
Agitado llegué a la recepción del
hospital.
-Buenas tardes- Le dije
abruptamente a la joven recepcionista.-Mi nombre es Roberto Ocampo, hace unos
meses traje a una mujer malherida a este hospital, su nombre es Guillermina
Ferrero. Por favor, quisiera que me ayude a encontrarla.
-Un momento por favor- Me dijo,
con un tono sorprendido.
Tomó el teléfono y llamo a
alguien- El señor Roberto Ocampo está acá y pregunta por la señorita
Guillermina Ferrero - Escuchó la respuesta del otro lado y respondió -Si, como
no, le digo.
Colgó el tubo del teléfono y se
dirigió hacia mí -Tome asiento señor, en un momento va a venir alguien que
quiere hablar con usted.
Fui hasta una hilera de sillas
que estaba frente a la recepción y me desplomé.
Mi mente me daba vueltas, estaba
desconcertado, abatido, abrumado.
Esperé.
En menos de cinco minutos
aparecieron cuatro policías que me apuntaban con un arma.
-Quédese quieto, levante las
manos y no haga ningún movimiento extraño- Me gritó uno de los policías.
Me quedé quieto y levanté los
brazos. Los cuatro policías se me abalanzaron, me tomaron por ambas manos y me
colocaron unas esposas.
-¿Que ocurre oficial?- pregunté atónito.
-Queda usted arrestado por el
asesinato de Guadalupe Guerrero.
-¿Guadalupe?- Pregunté - hace
mucho que la veo. ¡¿Cómo que asesinato?! ¿La asesinaron?- El mundo me daba
vueltas por completo - ¿Porqué me llevan? ¿Que le pasó? ¡Por favor dígame!
-Eso es lo que queremos que nos
conteste, que pasó. – Me dijo con voz firme uno de los policías- Guadalupe
falleció hace tres meses de un disparo en la espalda, usted mismo la trajo cuando
agonizaba hasta este hospital y huyó. Ella murió al otro día y antes de morir
nos confesó que usted la citó en una plaza de Barracas y se le había declarado
y que ante su negativa, y cuando ella se estaba yendo, usted le dijo: “o te
casas conmigo o no te casas con nadie” y le disparó.
Y así, esposado, me llevaron
hasta un patrullero que me estaba esperando en la puerta del hospital.
MJS
Nota del autor: Este cuento está basado en una historia real muy
conocida sobre la que nació un mito. No les voy a decir de quien se trata. En
este caso los voy a invitar a que, si quieren, investiguen así averiguan quien
es. Aunque los que sepan la historia seguro ya se habrán dado cuenta. Los datos
están, sólo cambié los nombres de los personajes.
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