Una Navidad distinta
El cuarenta y dos
Me quedé dormida otra vez,
siempre me pasa lo mismo, llega esta época del año y una está cansada de tanto
trajinar, de tanto limpiar la casa, y ahora que los chicos terminaron las
clases y los tengo todo el día no paro un segundo, por suerte Miguelito ya está
grande y puede cuidar a Adelita, es medio travieso pero cuando se trata de
cuidar a la hermana parece todo un hombrecito, si no fuera por él no podría
trabajar. A Horacio casi ni los ve pero tengo que reconocer que el pobre se desloma
trabajando en el taller todo el día, y así y todo la plata no alcanza, por eso
yo volví a la lencería de Mabel, aunque sea sólo por diciembre o cuando alguna
de las pibas se va de vacaciones, algo es algo, nos ayuda para llegar a fin de
año justo y para comprar las cosas del colegio para cuando los chicos empiezan
las clases en marzo.
A veces me cuesta dormir pensando
en todo eso, y me despierto a media noche un poco sobresaltada, por eso debe
ser que me paso casi siempre de la parada. Anoche me acosté como a las dos de
la mañana preparando las cosas para las fiestas, limpiando toda la casa. Los
azulejos del baño los dejé como nuevos, mi mamá me enseñó que hay que ser
limpio, que uno puede ser pobre pero que hay que vivir dignamente. Le pasé cera
al piso dos veces, los vidrios no parecen que existieran de tan transparentes
que los dejé, los muebles brillan. Igual siempre sé que Patricia algo va a
encontrar para criticarme. Después de limpiar me quedé preparando las cosas
para la comida. Por eso debe ser que estoy tan cansada.
La semana pasada ya un par de
veces me desperté en la terminal del cuarenta y dos y me tuve que volver
caminando hasta el negocio de Mabel que queda cerca de la iglesia de Pompeya,
por suerte son sólo unas pocas cuadras, igual me cansa un poco caminar. Me
agito demasiado y eso que ahora que empecé a trabajar fumo un poco menos. Hasta
el cumpleaños de Adelita, que fue en octubre andaba en dos atados por día, y
ella pobre me pidió de regalo de cumpleaños que fumara menos, sé que fue idea
de Horacio, ahora apenas si llego al atado. Pero los fines de semana me saco
las ganas y fumo por todo lo que no lo hago en la semana, pero a escondidas, es
para no preocuparlos. El doctor me reta, me dijo que dejara de fumar, que lo de
la tos es por eso, pero yo sé que no es verdad, que de chica siempre tuve
problemas en la garganta. Igual no puedo hacer nada, hace unos años quise dejar
el cigarrillo y engordé como diez quilos. Me la pasaba todo el día comiendo, me
sentía gorda y fea y hasta me agarraba taquicardia por las noches. Que se le va
a hacer, es mi único vicio.
Esta vez creo que me dormí
demasiado tiempo y el chofer no me debe haber visto, me costó darme cuenta
dónde estaba, ya debe ser tarde, esta todo oscuro. Me asusté un poco pero tengo
que ir a casa a hacer las ensaladas y el matambre y los centros de mesa y
preparar todo. Cuando vi los asientos, recién supe que estaba en el colectivo.
Eso me pasa por sentarme atrás, pero adelante no me gusta, me marea la gente
que sube y el sonido de las monedas me pone de mal humor, y a veces no se que
le agarra a la gente para esta época: viven todos nerviosos, se ponen insoportables,
siempre aparece algún loco que se pelea con el chofer, por eso prefiero irme
atrás, tranquila, sin que nadie me moleste.
No puedo abrir las puertas y no
veo a nadie, alguien debe haber por ahí. ¡Mira si paso las fiestas encerrada en
un colectivo! ¡No! ¡Que ocurrencia, Dios no lo permita! Empecé a gritar para
que me abran, y no aparece nadie. Me agita gritar, quiero abrir la puerta y no
puedo, me canso. Mejor me voy a la parte de atrás a recostarme un poco. ¿Que
estarán haciendo los chicos? Horacio seguro que ya volvió. ¿Que habrá pensado
Adela que justo hoy no fui a trabajar? Que raro que no haya nadie, no puedo ni
siquiera abrir las ventanillas, me voy a parar de vuelta para ver si veo a
alguien.
-¡Abran! ¡Por favor!- Grito y
grito y no hay nadie.
Ni siquiera hay un palo para que
rompa los vidrios y pueda salir. Miro a través de la ventanilla y no hay nadie.
Ya es casi de noche, en casa
deben estar preocupados. ¡Si tuviera celular! Ahora me gustaría tener esa
porquería de aparato. Yo siempre estuve en contra, de esos aparatitos, y además
ninguna de mis amigas tiene. Solamente Margot, cada vez que puede me lo refriega
por la cara, igual es mas para mandarse la parte que para otra cosa, vive para
aparentar la pobre.
-¡Hay alguien ahí!¡Abran, por
favor!-
¡Que macana! No me puede pasar
esto justo en las fiestas. Que mala suerte. Me voy a recostar en los asientos
de atrás, me siento cansada.
Justo cuando estaba por dormirme,
sentí como ruidos, en el galpón. Me levanté y me asusté un poco. Por la ventana
de atrás vi algo, es como si dos sombras estuvieran escondidas. Siento que me
miran.
-Acá, estoy acá- ¡Por favor,
abran!-
Me vieron, ¡Por fin! Se acercan,
son dos muchachos, que vienen para sacarme. ¡Gracias a Dios, que alguien me
escuchó! Están cerca. Mejor me voy a parar y voy hacia la puerta de adelante para
que me abran. Los veo, son dos chicos jóvenes.
-Gracias muchachos- Les digo
amablemente.
Me ven. Me ven directo a los ojos
y los miro.
Y entonces los dos salen
corriendo. Gritando:
-¡La puta que lo parió, que
cagazo!- vociferaba uno.
-¡Te dije boludo que se aparece
siempre para navidad!- decía el otro mientras corría desesperadamente.
¿Qué pasa? ¿Por qué se van? -¡No
se vayan, por favor!- les grito.
No hay nada que hacerle, parece
que voy a pasar otro año encerrada en este colectivo.
MJS
Nota de autor: El relato está basado en un artículo de un periódico con
fecha 4 de enero de 2002.
El artículo se refería un curioso suceso: Teresa Ramos de cuarenta y ocho años murió de un paro cardíaco el 24 de
diciembre de 2001 mientras viajaba en el interno 165 de la línea cuarenta y
dos. Nadie se dio cuenta que el cuerpo sin vida de Teresa, quedó tendido en la
parte trasera del colectivo. Encontraron su cadáver tres días después.
Hace poco, hablando con uno de los choferes de esa línea, me comentó
que desde hace algunos años, en el galpón de la línea cuarenta y dos, algunas
noches, se ve a una mujer caminar dentro del interno 165, desde la parte
posterior del colectivo, hasta el asiento del chofer y allí desaparece.
Hasta ahora nadie tuvo el coraje de abrirle la puerta para dejarla
bajar.
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