Entierros prematuros en Laguna Blanca


Entierros prematuros en Laguna Blanca

Hace un tiempo el destino quiso que me encontrara en Laguna Blanca, un pueblo situado al norte de Formosa, cerca del Río Pilcomayo. Me quedé algunos días ahí, en un hotel en dónde la mayoría de sus huéspedes eran trabajadores rurales. El día que me estaba yendo, justo después de comer unos fideos tirabuzones con estofado entrañables, me quedé charlando con la encargada y el mozo en la barra del comedor del hotel. Y entre saludos, promesas de volver el año siguiente y mientras recibía recomendaciones acerca de festivales y lugares para visitar; les pregunté sobre las leyendas de esa zona.
-Si, acá existen un montón de leyendas. Tenés al Pombero, al lobizón, al Yasí Tereré- me dijo la encargada.
- Al Pombero lo había sentido nombrar y sé que es de por esta zona, pero a ese Yasí Tereré no lo tengo. ¿Qué es? ¿Cómo es?
-Es un enano que se les aparece a los chicos a la siesta.  Usa un sombrero grandote y es rubión y de pelo largo.
-¡Ah! Debe ser como el duende que hay en Salta. Yo de chico viví allá y siempre me amenazaban con que si no dormía la siesta se me iba a aparecer el duende.
-Y… debe ser más o menos el mismo, porque el Yasi Tereré se le aparece sólo a los chicos. Ellos nomás pueden verlo.
-Puede ser, nada más que el de allá me parece que no es rubio. Ahora lo del hombre lobo… no sabía que creían por acá en eso.
-¡Si!-me contestó con énfasis la mujer- ¡Es verdad! Es como un perro negro grandote, peludo y de ojos rojos. Se aparece los viernes a la noche. Yo ni loca salgo los viernes. Apenas termino de cursar en el instituto me voy derechito pa’ casa y de ahí no me sacan ni a palos.
El mozo, un pibe que no llegaba a los veinte años, nos dijo a ambos. –Yo mejor me voy, estas historias no me gustan para nada. Después a la noche no puedo dormir- y se fue a sentar en la parte de adelante del comedor, cerca de la tele. Desde ahí me dijo:- Si querés escuchar este tipo de historias andate un día a Pozo de Tigre que mi abuela sabe un montón sobre esas cosas. Ella dice que lo conoce al Pombero.
En eso, uno de los clientes que estaban en una mesa cercana a la barra, se levantó. Era un gringo grandote, con pinta de que había estado trabajando toda la mañana y dirigiéndose a mí, me dijo: 
-¿Vos querés escuchar una buena historia? A mí me pasaron varias de esas cosas. Hace unos meses me tuve que mudar de casa y todo. Al final, ya no podíamos vivir tranquilos. No se podía vivir en paz y me tuve que terminar mudando. Y ojo eh, no porque tenga miedo, porque al final te terminas acostumbrando, pero me cambié por mi hijo que es chiquito. Sino era por mi familia todavía seguiría allá, donde vivía antes, cerca de la ruta. Cuando vivía ahí, vos lo veías a mi nene y siempre estaba hablando o jugando con alguien y cuando le preguntabas ¿Con quién estás jugando?-Con un nenito- me decía. Y vos veías y no había nadie. Casi todo el tiempo estaba hablando con alguien. Todo bien con eso. Pero al tiempo empezaron a pasar cosas medias raras. Por ejemplo yo dejaba el termo arriba de la mesa, me daba vuelta dos segundos y no estaba más. Desaparecía. Y después lo terminaba encontrando en cualquier parte. Y así con muchas cosas: herramientas, llaves, ropa. Y ni hablar de los juguetes del nene. No sabes la cantidad de juguetes que se le perdieron. Increíble. Pero eso no es nada, en esa época me empezó a ir mal en todo. Yo venía de una buena racha, pero me empezaron a salir todas mal: Perdí una cosecha, se me rompió la chata, el tractor. ¡Todo mal! Me acuerdo que estábamos trabajando en un campo, acá a unos kilómetros, y cuando me fui de ahí, me empezó a ir todo bien de nuevo. Pero en ese campo. ¡Ja! M’hijito. No sabés las cosas que pasaban ahí. Como sería que el cocinero del obraje se volvió desde allá a mitad de la noche caminando. Y eso que estábamos como a veinte kilómetros. Se vino y no volvió a trabajar nunca más. Yo me lo encontré al otro día y me dijo que él, cuando dormía en la casilla, había escuchado varias veces ya como que había una gallina con pollitos abajo de la cama y él se fijaba y nada. Hasta que una noche se despertó porque sintió como que alguien le caminaba por encima, como que lo pisaban. Y ahí fue que se rajó al carajo.
-¡Ese era el Pombero!- intervino la encargada.- Dicen que cuando se aparece se escucha como una gallina o pollitos. ¡Y ni se te ocurra seguirlos eh!
-Y también cuando el Pombero anda cerca se escucha un silbido.- dijo el gringo- Varias veces me pasó que andaba por las picadas y vos escuchas un silbido que no es de pájaro. Ése el Pombero que te sigue. Pero te acostumbras. ¡Bah! En realidad no te hace nada. La mayoría de las veces te cuida. O cuida que vos no le hagas nada a los animales de la zona.
- A las que cuida también es a las mujeres embarazadas. –Acotó la encargada- Lo que pasa que es recontra celoso. Y no sabés como es el Pombero cuando se enamora y la chica tiene novio. ¡Pobrecito! Lo vuelve loco. Dicen también que puede dejar embarazada a una chica si le gusta mucho con solo pasarle la mano por la panza. O las puede raptar y se la lleva al monte a vivir con él. Hay muchos casos de chicos por acá que se dice que son hijos del Pombero.  
-Esos son hijos del Patilana- dijo el gringo con sorna.
La encargada no le siguió la broma –No, no es gracioso, es verdad. Si vas al campo y escuchas pollitos o un silbido seguro que es el Pombero. ¡Ah! Y también si escuchas como si relinchara un caballo, ese también es el Pombero.
-¡Si, es verdad!- dijo exaltado el gringo poniéndose serio de nuevo.- Bueno, cuando estaba con la cuadrilla en ese campo una noche escuché como un relincho ahí, al lado. Yo al principio no le di pelota, pero en seguida sentí clarito como si un caballo le diera un golpe a la casilla, como si fuera un ancazo. ¡Y no sabés! Se movió todo. Salí afuera para ver que había y nada, ningún caballo, ni nada.
-Dicen para que no moleste hay dejarle una botella de caña y cigarrillos.
-Bueno, el cocinero me dijo que le había dejado un par de noches caña, cigarros y todo eso, pero después le dejó de dar y fue ahí cuando sintió que le caminaban por arriba. ¡Qué cagazo se habrá pegado! ¿Te imaginás? -dijo el gringo riéndose un poco- ¿Sabés lo que es hacerte veinte kilómetros a pata en medio de la noche? Lo que me dijeron los de la zona es que el Pombero estaba cuidando el lugar y no quería que no instaláramos ahí. Y parece que era así nomás, porque  cuando dejamos ese campo y nos fuimos a otro, me empezó a ir todo bien de nuevo. ¡Es así eh! Es creer o reventar.
Y lo mismo acá en mi casa, hasta que no nos mudamos no nos dejaron de pasar cosas. Al último ya no se podía vivir. Además de que las cosas aparecían en cualquier lado, te tocaban la puerta a la noche y vos ibas a ver y no había nadie. Y comía ahí nomás, cerquita. Tenía la puerta cerca de la mesa. ¿Cuánto sería? Dos… tres metros… así que no había tiempo para que alguien se esconda. Y vos conocés Silvia por donde vivía. -Dijo mirándola a la encargada.- Ahí no había nada. Lotes baldíos nomás. Vos escuchabas que tocaban: ¡pum pum pum! Ibas a ver… y nada. ¡La puta! Te daba un poco de cagazo a veces. Y lo que pasó es que cada vez empezaron a pasar más cosas de esas. Lo de mi hijo hablando y jugando con alguien, eso siempre. Pero empezamos a ver, cuando mi nene estaba hablando, que se veía como una sombra. Se veía clarito. Incluso mi mujer la había filmado y todo. ¡Y se ve eh! Vos ves la filmación y se ve como la sombra pasa che. Y se queda en un rincón. Hasta que un día lo llamamos a… ¿como se llama este curandero?…. Lo llamamos a… ¿Cómo es que se llama…?
-¿A Don Hilario?- Preguntó repondiendo Silvia.
-No, no… el que vive llegando a Naick Neck.
-Ah sí. Don Evaristo dice usted.
-Si. ¡Cierto! ¡Ese! Lo llamamos a Don Evaristo para que curara la casa. Y vino el viejo che. Estuvo toda una mañana tirando incienso y algunos yuyos y nos dijo que lo que pasaba en la casa es había varios entierros prematuros. Y que él veía almitas de criaturas por todos lados dando vueltas, pero que no hacían nada.
-Las almitas de las criaturas quieren cariño. Les gusta jugar. Son inocentes- dijo Silvia.
-¿Y sabes porqué estaban esas criaturitas? Hace poco me enteré por casualidad que antes ahí, vivía una enfermera que hacía abortos. Por eso, no era uno, eran varios los espíritus que había. Y el curandero nos dijo que las criaturitas si, que las criaturitas eran inocentes, que no pasaba nada. Pero que había rondando la casa un Aña menbí, un ente malo que se las quería llevar. Ese era el podrido que nos volvía locos.
El gringo hizo una pausa y continuó.
-Así que Don Evaristo nos curó la casa y dijo que lo había echado al hijo del diablo ese que andaba dando vueltas. Después de eso, el asunto estuvo tranquilo como por un mes más o menos. Hasta que empezaron a pasar cosas de nuevo. El colmo llegó un día a la siesta. Nos fuimos a dormir los tres. Yo con mi mujer y el nene que lo dejamos durmiendo en la pieza de al lado. ¡Se los juro eh! Lo dejamos acostado ahí y no fuimos a dormir. Hasta que nos despertamos porque sentimos que el nene estaba gritando y llorando. Fuimos corriendo a la pieza para  ver que le había pasado y nada. No estaba ahí, la cama estaba vacía. Buscamos por toda la pieza, revolvimos todo y nada. Sabes la desesperación que me agarré. Y encima se lo escuchaba llorar cada vez más fuerte. ¿Sabés donde estaba? Estaba en el árbol de afuera, en la vereda, atado con una soga, como si fuera un perro. Y les juro que por Dios, que por el nene cerrábamos la puerta con llave y les juro que estaba cerrado con llave ese día. La verdad no sé cómo carajo apareció el nene ahí afuera. ¿Y vos te crees que encontré la llave? Tuve que saltar el tapial para socorrer a mi hijo. Así que ese mismo día, dije chau. Y me mandé a mudar. Ese misma tarde me mudé. Todo bien, siempre y cuando no le pase nada a mi familia. Cuando tocaron a mi hijo chau. Me fui a la mierda de ahí. Y después de ahí, hace un mes que no nos pasa nada todo tranquilo de vuelta.
-Así que flaco, si querés escuchar este tipo de historias, acá está lleno. Y mientras más al monte vayas, más vas a escuchar. Agarras a los puesteros de estancias que te cuenten las cosas que vieron y tenés para escribir un libro más o menos.
El gringo hizo una pausa y suspiró.
-Bueno che, me voy a dormir la siesta que la tarde se hace larga sino. Espero que te sirva lo que te conté. Un gusto eh. Y mucha suerte.
-No, muchas gracias a usted, un gusto.
Esa misma tarde me fui de Laguna Blanca. En el camino de vuelta me fui repitiendo mentalmente todo el viaje cada palabra de lo que había escuchado, que son las mismas que acabo de escribir.

MJS

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