El álamo


El álamo

Dos buitres aullaban de contentos. Estaban apostados sobre un álamo, situado dentro de un fuerte.
En el fuerte una veintena de soldados resistía después de haber sobrevivido a una feroz contienda de dos semanas. Sin comida, sin agua, sin municiones, sólo les quedaba la esperanza de que llegaran refuerzos.
Afuera del fuerte los rodeaba un batallón mexicano de casi doscientos hombres totalmente pertrechados.
Lo peor del combate había pasado y, ante la inminente invasión y toma del fuerte, el coronel mexicano se enfrentaba ante un dilema: Llevar adelante un ataque final, con la posibilidad de perder algunos de sus hombres, o sitiarlo, dejando la suerte de sus ocupantes a que el tiempo y la falta de agua o comida se encarguen de ellos. Esta opción también presentaba un riesgo: la llegada de refuerzos enemigos. El mexicano decidió esperar. Esperó cuatro días.
Al amanecer del quinto atacó con todas sus fuerzas.
Cuando avanzó y penetró en el fuerte comprobó  que no había tenido en cuenta una posibilidad: La llegada de otros refuerzos.
Los dos buitres que estaban apostados en el álamo habían ido en busca de su propio ejército. Cientos de esos pájaros estaban ahí dentro, dándose un banquete.
Ahora ellos, los buitres, dominaban el fuerte. 

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