El
misterioso caso de la chica de Canopus
“¿Mi
secreto? ¡Es tan triste!
Estoy
perdido de amores
por un ser desaparecido, por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido…
¿Mi secreto? Te lo diré al oído:…”
que diez años fue mía, y que se ha ido…
¿Mi secreto? Te lo diré al oído:…”
Amado
Nervo
Cuando escuchamos acerca de una tragedia o un accidente
tendemos a suponer que siempre les pasan a otros. Creemos que somos inmunes,
que el sufrimiento es ajeno. Hasta que nos ocurren y nos damos cuenta de lo
terrible que es vivir alguna de esas situaciones inesperadas. Estos hechos nos
cambian para siempre, suelen ser puntos de inflexión que nos afectan hasta el
día de nuestra muerte. El espíritu nunca más vuelve a ser el mismo y a veces
hasta nos dejan secuelas físicas.
El amor es otra situación inesperada que también nos deja
una huella de por vida. Aunque este sentimiento no es tan común que ocurra, y
por lo general, puede no llegar a ser tan terrible. El hecho principal por el
cual el amor es tan valioso, es que siempre existe una potencial pérdida. No
sólo de la persona amada, sino del amor en sí mismo. Amor y tragedia suelen
estar relacionados.
Sin embargo hay otra clase de acontecimientos que también
nos marcan. Probablemente la naturalidad de los mismos no está presente como
una situación concreta que nos pueda llegar a ocurrir. Me refiero a las
leyendas o mitos populares que andan dando vuelta por el inconsciente
colectivo. Creer o no, es un acto de fe, y la fe está relacionada más a la
espiritualidad o la religión. Estas leyendas son de origen pagano, son mitos
externos al sistema de religiones establecidas. Están basadas en creencias de
los pueblos que habitaban originalmente nuestras tierras. A eso hay que agregar que se
mezclaron con las religiones de los esclavos y con algunas historias de los
criollos de cada región del país. También existen algunas historias originadas
en las ciudades que con el tiempo se fueron transformando en mitos urbanos. De
alguna manera sabemos que existen ciertas circunstancias que no podemos
explicar. Hay algo ahí afuera: misterioso, latente, que está al acecho. Algo
ajeno al mundo real. No existe persona que no dude que situaciones, seres, o
entidades sobrenaturales existan. Sean o no de este mundo. La duda está siempre
presente. Como las tragedias o como el amor pueden no llegar a pasarnos nunca.
Hasta que nos ocurren. Y cuando nos enfrentamos a uno de estos seres o
entidades, ese hecho se convierte también en esos que nos marcan para siempre.
Nunca más volvemos a ser los mismos. Una vez puede ser probable. Dos es más que
demasiado.
Hace varios años fui con dos amigos a pescar al río
Juramento. El Canario: un flaco, rubio
que tenía los ojos medio saltones y Jorge un petiso medio gordito, que como
todo petiso era bastante canchero. Nos quedamos en un camping que está en la
mitad de un camino rodeado de montañas que va costeando el rio desde el dique
Cabra Corral hasta la ruta 9. Llegamos un viernes y esa misma noche hicimos un
asado. Y después de comer, en vez de pescar, nos quedamos charlando. La
sobremesa se extendió hasta el otro día y durante la charla nos bajamos las
tres damajuanas de vino que habíamos llevado. Me fui a dormir a mitad de mañana
cuando el sol estaba pegando bastante fuerte. Los otros dos siguieron en una
filosófica conversación acerca de cómo arreglar el mundo. Se fueron a dormir
recién cuando en las damajuanas no quedaba ni una sola gota.
Nos despertamos cuando estaba anocheciendo. A esa hora no
había nada cerca para comprar alcohol. El buffet del camping estaba cerrado y
el negocio más cercano quedaba en Coronel Moldes a unos treinta kilómetros más
o menos. Nuestro plan era comer algo de lo que, en teoría, íbamos a pescar
durante esa tarde. Me acuerdo que me hice un sanguche con un cacho de pan, el
contenido de dos latas de picadillo y un poco de tomate y cebolla de la
ensalada que había quedado de la noche anterior: un manjar. A pesar de la
resaca que teníamos, queríamos seguir con la ingesta desaforada de vino,
cerveza o cualquier otro líquido existente que sirviera para embriagarnos. En
esa época con mi grupo de amigos teníamos dos intereses excluyentes y en alguna
medida opuestos: Emborracharnos hasta la inconciencia y la conquista
indiscriminada y cuantitativa de mujeres.
Hicimos mal los cálculos con la cantidad de damajuanas y no
nos quedó otra que hacer lo que en realidad habíamos ido a hacer: Pescar.
Esa noche la naturaleza nos bendijo. Era cosa de encarnar,
tirar y sacar. No pasaba ni un minuto que ya picaba de nuevo. Sacamos un montón
de bagres, pacúes, sábalos, hasta más de diez dorados. Habíamos pescado tanto,
que al último nos pusimos a hacer una guerra con los pescados medios vivos
todavía. Ahora, a la distancia, creo que esa fue la causa de lo que sucedió.
Después de que nos cansamos de jugar con los pescados, me quedé dormido a la
orilla del río.
Me despertó un grito. Un grito brutal, lacerante. Y luego,
por unos segundos, y mientras tomaba conciencia de dónde estaba, se escuchaba
sólo el sonido de las montañas. El grito no había venido de lejos, serían
cincuenta metros. En eso llegó corriendo el Canario:
-¡Boludo, algo le deba haber pasado a Jorge!
Fuimos picando a ver. Lo encontramos al lado de dónde
empezaba la montaña. Estaba tirado y le temblaba todo el cuerpo. Tenía los ojos
bien abiertos. Emitía una especie de gemido gutural: ¡E-U-U-Á! ¡-E-U-U-Á!
repetía moviendo levemente la cabeza de atrás para adelante mientras un hilo de
baba le chorreaba por la boca. Estaba con los pantalones bajos, meado, cagado.
Algunas moscas lo sobrevolaban. Un olor hediondo casi nauseabundo se respiraba
en ese lugar. Entre los dos lo llevamos a la rastra y lo tiramos en la parte de
atrás del Renault 4. Levantamos campamento dejando la mitad de las cosas y nos
fuimos a fondo al hospital de Coronel Moldes. En realidad no era un hospital,
era una sala de primeros auxilios. Igual lo subieron a una camilla y lo
metieron en una habitación. Al rato salió una doctora, bastante joven y muy
linda. Me acuerdo que me quise hacer el galán pero me paró en seco: -Su amigo
está en estado de shock. ¿Saben que le pasó para quedar así?- Le explicamos lo que habíamos visto. -Va a
tener que quedar internado en estado de observación.
Lo trasladaron al hospital San Bernardo y estuvo una semana
internado, sin hablar. Lo único que balbuceaba era:-¡E-U-U-Á! ¡E-U-U-Á! A los
tres días le dimos un papel y una lapicera. En letras muy grandes escribió: “EL
UCUMAR”. Dos meses después recuperó el habla, pero al hablar tartamudeaba, (el
tartamudeo le duró por lo menos dos años). Entonces nos contó lo que había
visto ese día en el Juramento: - Me desperté, estaba amaneciendo y me fui a
mear al lado del cerro. Empecé a sentir un olor como a podrido, como si hubiese
un gato muerto cerca. No le di pelota, pensaba que era el olor de los pescados.
Estaba meando y algo salió de entre los árboles de las montañas.
Levanté a la vista y lo vi. Era como mono gigante, peludo,
con ojos de humano. Se me acercó caminando un poco encorvado. Ahí nomás me
quedé duro y caí redondo al piso. El bicho ese se me acercó y me empezó a
olfatear haciendo un ruido raro con la nariz, como si fuera un chancho. Se me
acercó a la cara y me olfateaba. Y me miraba. Le sentía la respiración, tenía
un aliento a podrido, como a muerto. Bien fiero el hijo de puta. Y yo duro y el
bicho que me miraba y olfateaba. Y así estuvo un tiempo hasta que se ve que los
escuchó a ustedes que venían y se metió de nuevo en el cerro. Pero el Ucumar no
se fue, se quedó ahí, atrás de un árbol, viéndonos y yo estaba cagado hasta las
patas y le quería hacer señas a ustedes que estaba ahí, pero no me salía la
voz. ¡EL UCUMAR! ¡EL UCUMAR! Quería decirles, pero no me salía nada. Y yo lo
seguía viendo, estaba ahí, cogotiando, viéndonos. Hasta que ustedes me
agarraron y me llevaron.
-¡Para mí el que se habrá asustado es el Ucumar cuando te
vio a vos!- bromeó alguno cortando el hilo dramático al relato.
Jorge dejó de juntarse con nosotros por un tiempo, parecía
que se avergonzaba de estar tartamudo. Igual cada tanto se acercaba a la
esquina en dónde nos juntábamos todas las noches a tomar cerveza.
Habrían pasado cerca de dos años de esa famosa pesca y Jorge
ya había vuelto a ser uno más en la barra, como siempre. Aunque seguía un poco
tartamudo y se notaba que estaba acomplejado de eso. Se notaba más que nada con
las minas. Antes de lo del Ucumar era lejos el más ganador de la barra, y desde
entonces no le daba bola nadie. Hasta que un sábado fuimos todos a bailar a
Canopus, un boliche que quedaba cerca del Parque San Martín. Todavía existían
los lentos. En el boliche la cosa funcionaba más o menos así: Durante los
movidos podías a sacar a bailar para divertirte en grupo o quedarte en la barra
tomando, fumando o haciéndote el canchero mientras uno iba fichando a las
chicas. Ahora, cuando arrancaban los lentos, era como si se abriera la
temporada de caza, como si fuera una pesca: encarnar y tirar, encarnar y tirar
y así, hasta que alguna picaba.
Cuando comenzaban los lentos los amigos dejaban de existir,
cada uno parecía como si tuviera anteojeras como la de los caballos y el único
objetivo que se tenía por delante eran las minas. Sin embargo, esa vez cuando
saque a bailar, al lado mío en la pista lo ví a Jorge que estaba (por fin)
bailando con alguien. Me puse contento por él. Quise ver que tal estaba la chica,
pero no pude. Tenía el pelo lacio, muy largo y al tener la frente apoyada en el hombro de Jorge me fue
imposible verle la cara. Igual me pareció que la conocía de algún lado. No le
dediqué mucho más tiempo, le hice un gesto como de aprobación y seguí dele
chamuyo a la chica que yo estaba bailando. Al rato ya estaba en el reservado
con mi compañera de baile y me quedé el resto de la noche ahí. Cuando
prendieron las luces, me despedí de la chica y me puse a buscar a mis amigos.
Volvimos todos juntos. Jorge venía tranquilo a un costado:- Che que buena
estaba la mina que estabas bailando.- le dije.
-Si, la verdad es que estaba muy buena. Igual me pareció que
ya la conocía, de algún lado la tengo. Ella también me dijo que me conocía, se
hacía la misteriosa, no me dejaba verle mucho la cara.
-Sabés que a mi me pareció que la conozco también.¡Y!¿En qué
quedaste?
-Quedamos en vernos la semana que viene. No me quiso decir
ni el nombre. Terminó el boliche, la quise acompañar pero no me dejó, me dijo
que se tenía que ir. Y en la salida la perdí. Desapareció. Cuando terminó la
busqué por todos lados y no la encontré.
-Acordate que el sábado que viene tenemos la joda en mi
casa. ¡No vas a ser tan puto de no venir!- saltó el Canario.
Lo que pasaba era que el Canario cumplía años y los padres
no iban a estar e íbamos a tener la casa sólo para nosotros. Estábamos
organizando un asado, y además de eso, la novia le había prometido que iba a
llevar varias amigas. Nos veníamos haciendo la película que ese asado se iba a
transformar en una orgía romana o algo más o menos por el estilo. Cuando llegó
el sábado no faltaba nadie. Arrancamos tomando desde antes de hacer el fuego.
Cuando el asado estaba listo llamó la novia del Canario diciendo que ella y sus
amigas no iban a ir. Toda la manija que nos habíamos hecho durante toda la
semana se desvaneció en un segundo. Así
que no nos quedó otra que morfar y tomar todo el vino que teníamos. No
sé por qué, pero recién ahí nos dimos cuenta que faltaba Jorge. -El boludo
parece que se encajetó con la minita que vió el otro sábado y se habrá ido a
Canopus.- Dijo alguien que podría haber sido yo.
Seguimos tomando, contándonos mil veces las mismas anécdotas
que ya conocíamos de memoria pero que igual nos hacían cagar de risa. No
recuerdo el momento exacto de la noche o de la madrugada en el que tocaron el
timbre de la casa. Era Jorge. Venía con el Chato, un vago de la otra cuadra que
lo conocíamos pero que no se juntaba con nosotros. Estaba pálido. -¡No saben lo
que me pasó!- dijo tartamudeando un poco más que los últimos meses. - Fui a
Canopus a ver a la mina del sábado pasado.- dijo agitado - La vi, la volví a
ver.
No sólo tartamudeaba, temblaba y cada tanto se sacudía todo.
-Tranquilizate.
-Bueno, me fui a Canopus.- Lo miró al canario- Perdoná
hermano que no vine, pero la tenía que ver sí o sí a esa mina.
-Dale boludo, deja de aclarar y contá de una vez por todas.
-Fui al boliche. Al principio no la encontré. Recién la vi
cuando prendieron las luces violetas. Apenas empezaron los lentos la saqué a
bailar. Tenía la voz más suavecita que el sábado pasado y tampoco me dejaba
verla bien, seguía con eso del pelo sobre la cara. La sentía como blandita. A
la espalda la sentía como si no tuviera costillas. Cuando le pregunté dónde
vivía me dijo que en el cementerio.
-Naah! Dejate de mentir, ese cuento es viejísimo. Seguro que
tenía una mancha en el vestido y mañana nos vas a contar que la fuiste a buscar
y la madre te dijo que la hija se murió y te va a mostrar el mismo vestido
manchado. (1)
-¡No boludo, en serio! De verdad me dijo eso.
-Callate pelotudo, dejalo que cuente. Dale Jorge. ¿Qué pasó?
-La cosa es que estuve bailando todos los lentos con ella.
Hablamos todo el tiempo. A cada rato me decía: ¿No te acordás de mí? Yo de
algún lado la tenía. Hasta que me dijo como se llamaba. ¿Sabes quién era? Vos
Canario te tenés que acordar. Te acordás de Mariela, esa mina que salía conmigo
que me la enganché en la joda que hizo tu colegio. Estaba buena, pero no sabes
lo linda que estaba hoy. Me acuerdo que la recagué con la amiga, con la Raquel te acordás.
-Si, Mariela, la amiga de la Raquel. Si me acuerdo.
¡Cómo no me voy a acordar de la
Raquel ! - mientras con las manos hacía un gesto de dos tetas
inmensas - Si me acuerdo de la amiga. Era bien piola era esa mina.
Ahí me cayó la ficha a mí también. Era ella a la que había
visto bailando el sábado anterior. Era ella pero con el pelo más largo. Me
acuerdo de Mariela porque era conocida por “la amiga de la Raquel ”. Todos los de la
barra estaban locos con la Raquel ,
pero a mí particularmente no me parecía tan linda, me parecía que se vestía
provocadora nada más. Mariela me gustaba más, además de ser linda, tenía la
mezcla justa entre dulzura, fineza y la simpleza de una chica de barrio. Vivía
en la otra punta de Salta y hacía bastante que no lo veía.
-Bueno ¿Qué pasó al final?- Dijo medio prepotente el
Canario, interrumpiendo a la vez mis pensamientos.
Jorge arrancó de nuevo: -Me quedé bailando con ella toda la
noche. Y cuando terminó me dejó acompañarla. Estaba hermosa, hasta casi mejor
que la Raquel
te podría decir. Le pregunté donde vivía. “En el cementerio” me seguía
diciendo. Yo le seguía la joda. Cuando salimos de Canopus agarramos para el
cementerio de Pecas nomás. Hicimos algunas cuadras. Veníamos hablando lo más
bien, cagándonos de risa. No sé porque puta me dí vuelta y cuando volví para
dónde estaba ella había desaparecido. Estaba al lado mío y al segundo ya no
estaba más. La busqué por todos lados y no estaba. Ahí me entró un cagazo
parecido como me agarró cuando lo ví al Ucumar. Me temblaban las piernas. No
sabía qué mierda hacer, así que me volví para Canopus por si encontraba a algún
vago del barrio. Y justo lo ví al Chato y me vine con él.
-Sí, no saben cómo estaba. Pálido, temblaba como una hoja.-
nos dijo el Chato.- Apenas podía hablar. Recién cuando estábamos a dos cuadras
pudo caminar sólo. Todo el camino lo traje a la rastra.
Estábamos todos bastante en pedo, lo escuchamos, pero debo
reconocer que mucha bola no le dimos a Jorge esa noche. Después que nos contó
eso seguimos chupando, boludiando con la música al palo. Y si no era porque la
vecina de al lado llamó a la policía por el kilombo que hacíamos, hubiésemos
seguido de joda hasta la tarde del otro día.
Lo que le pasó a Jorge con esta chica no sé si es verdad.
Nadie lo sabe, sólo él. Pero algo le habrá pasado, algo de verdad había en lo
que contó. Porque lo que sí sé es que a la semana siguiente Jorge dejo de
juntarse con nosotros, dejó de tomar, dejó de ir a bailar, empezó a ir a la
iglesia y al tiempito nomás se metió de
seminarista. Yo no lo volví a ver nunca más. Me mudé de Salta como al año del
cumpleaños ése del Canario. Cuando volví de vacaciones la primera vez, me
contaron que Jorge al final había dejado el seminario y que se había ido a vivir
a Tartagal y venía sólo para las fiestas.
No iba a escribir sobre esta historia. No me resultaba
atractiva. Me parecía que eran anécdotas, de eso no pasaba. Pero cuando comencé
a investigar sobre hechos misteriosos, mitos y leyendas urbanas, me enteré que
a muchos se les había aparecido esta chica dentro de Canopus. Pero eso no
bastaba como para que la historia sea atractiva. No había cuento. Me faltaba
algo más. Como por ejemplo descubrir cómo se había originado el mito.
Lo que se dice de la chica de Canopus es que es un fantasma
de una chica que se enamoró de un pibe en una fiesta y se pusieron de novios.
Hasta que un día el pibe la engañó con una amiga. Entonces esa chica no pudo
soportar la tristeza de ese desengaño y se ahorcó en el parque San Martín. Muy
cerca del lugar dónde Jorge nos contó que había desaparecido esa chica que él
estaba acompañando. Hablé con muchas personas y todos los casos que escuché les
pasaba más o menos lo mismo: conocían una chica, con el pelo largo, vos suave,
cuerpo delgado, muy linda. A todos les decía que vivía en el cementerio y
llegado un momento desaparecía de repente. Algunas veces desaparecía en el
mismo Canopus, otras veces en el parque o cerca del cementerio que queda por
ahí. Eso tampoco me resultaba atractivo, hay muchas historias de mujeres
aparecidas y la mayoría de los orígenes de esos mitos son los desengaños
amorosos.
Sin embargo lo que me hizo decidir a escribir esta historia
fue cuando fui a Salta en mis últimas vacaciones. Cuando por casualidad me encontré
en la calle con la Raquel ;
cuando le pregunté por Mariela; cuando me preguntó extrañada si no sabía lo que
le había pasado; cuando me dijo que había fallecido hacía mucho tiempo; cuando
me contó que se había suicidado por culpa de un boludo; cuando me dijo que se
había ahorcado con una bufanda en un árbol, en el Parque San Martín, un sábado
a la noche, a la salida de Canopus.
MJS
(1) El
mito de la chica con el vestido manchado de café es uno de los más conocidos de
todos. Se trata de una chica que va a un baile, un chico la saca a bailar y a
la salida del baile la invita a tomar un café. La chica se derrama el café y se
mancha el vestido. Después él la acompaña hasta su casa y queda fascinado por
ella. Al otro día la va a buscar, lo atiende la madre y cuando le pregunta por
la hija, ella le contesta que su hija había muerto hace muchos años. El chico
no le cree, le cuenta que la noche anterior la conoció, le cuenta lo del
vestido y ante su insistencia la mujer lo hace pasar a la habitación de su
hija. Y entonces le muestra la foto de su difunta hija y era la misma chica que
había conocido la noche anterior, abre el placard y adentro estaba el mismo
vestido, con la misma mancha de café. Hay variantes, como por ejemplo que el
chico le presta la campera a la chica y cuando la va a buscar al otro día, la
madre le dice que su hija estaba muerta. Él se niega a creerle y para sacarse
la duda va hasta el cementerio y encuentra la tumba de la chica, y sobre la tumba,
su campera.
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