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Mostrando entradas de junio, 2015

La batalla de Piribebuy

Triste guitarra El 11 de agosto del 69 Era una noche de yvytú vevúi; El trovero andante con su cantar conmueve A las bellas damas de Piribebuy. Se oye el rasgueo en la noche callada Sonoros arpegios y el mbaracapú, Poeta errante cantando a la amada Allí en la ventana de su mborayihú. Y ya la batalla el 12 de agosto Allí perecieron jhetá recové Así rememora el tiempo remoto Cantando historia uperó guaré. La noche es muy triste después del entrevero, Ya nadie ni un alma para algún ñembo’é El urutaú se queja con voz lastimera Con su lamento, cada pyjharé. Ya murieron todos, esposos y amantes, Allí en las trincheras todos oyopojhéi También cayó muerto aquel bohemio andante Más ya no se oye, más su purajhéi. La triste guitarra callada sin notas Tirada en el suelo en un yguyràguy Sus cuerdas se humedecen, y ya caen gotas Tal vez el rocío, o algún tesay. Elsa Romero me leyó esta poesía mientras me iba traduciendo cada palabra

Hay cosas que todavía sigo sin comprender

Hay cosas que todavía sigo sin comprender Como a la mayoría de los argentinos siempre me gustó el fútbol. Como a la mayoría, desde muy chico me regalaron una pelota y una camiseta. Y yo me la pasaba jugando a la pelota todo el día. Además me encantaba ir a la cancha. Mi abuelo y mis tíos siempre me llevaban a ver los partidos. Pero hay algo que no entiendo. Hay algo que todavía sigo sin comprender. En 1978 Argentina organizó el mundial. En ese entonces tenía cinco años. Me acuerdo de muchas cosas de ese mundial. La presentación en la cancha de River  con los chicos  formando figuras me había parecido espectacular. La musiquita esa, la que pasaban todo el día: “25 millones de argentinos, jugaremos el mundial. Mundial…” y la otra también, la que compuso Ennio Morricone, estaba todo el tiempo tarareando cualquiera de las dos. Y cuando empezaron los partidos no se hablaba de otra cosa. Yo no entendía nada, pero escuchaba hablar sobre Luque, Bertoni, Fillol. Y cuando Argentina pasó

El gitano

El gitano Ayer leí una noticia en los diarios que me dejó helado. Un hombre había matado a martillazos a su esposa. El hecho de por sí horroroso, no me causó tanto impacto sino hasta que leí el nombre de la mujer: Catalina Denari. La conocía. Y no sólo eso, de alguna manera sabía que algo así le iba a suceder. Ella también lo sabía. Catalina había venido desde Corrientes a estudiar abogacía. Era muy linda (todavía no puedo creer que tenga que referirme a ella en tiempo pasado) tez blanca, aunque siempre tenía un leve bronceado, boca delicada, ojos pensativos color café y el pelo castaño claro, de ese color que tienen los que de chicos fueron rubios. Era fina hasta para tomar mate. Nos hicimos amigos, juntos empezamos a recorrer los bares y boliches de Buenos Aires. No éramos novios, pero nuestra relación se había convertido en algo muy parecido a eso, y si no llegamos a más, fue porque ninguno de los dos quería compromisos. Éramos libres viéndonos y saliendo cuando quisiéramos