El gitano

El gitano

Ayer leí una noticia en los diarios que me dejó helado. Un hombre había matado a martillazos a su esposa. El hecho de por sí horroroso, no me causó tanto impacto sino hasta que leí el nombre de la mujer: Catalina Denari. La conocía. Y no sólo eso, de alguna manera sabía que algo así le iba a suceder. Ella también lo sabía.
Catalina había venido desde Corrientes a estudiar abogacía. Era muy linda (todavía no puedo creer que tenga que referirme a ella en tiempo pasado) tez blanca, aunque siempre tenía un leve bronceado, boca delicada, ojos pensativos color café y el pelo castaño claro, de ese color que tienen los que de chicos fueron rubios. Era fina hasta para tomar mate.
Nos hicimos amigos, juntos empezamos a recorrer los bares y boliches de Buenos Aires. No éramos novios, pero nuestra relación se había convertido en algo muy parecido a eso, y si no llegamos a más, fue porque ninguno de los dos quería compromisos. Éramos libres viéndonos y saliendo cuando quisiéramos. Cuando me mudé dejé de verla con tanta frecuencia. Ella empezó la facultad y yo seguía disfrutando de la noche porteña. Igual cada tanto, cuando alguno tenía ganas de estar con el otro, nos encontrábamos. Creo que nunca estuve con una chica que tuviera la piel tan suave como la de ella.
Así pasaron unos meses hasta que un día la llamé para vernos y me dijo que no podía porque estaba de novia. Es verdad eso que uno se da cuenta del valor de algo cuando lo pierde. Éramos libres y cada uno podía hacer lo que quería, así que no me quedó otra que bancármela. Algo más: uno ve siempre con malos ojos al tipo que le gusta la misma chica que a vos o que sale con la que pasó algo. Esa sensación puede ir desde un simple recelo hasta el odio más profundo. En este caso, no era sólo porque este tipo salía con Catalina, pero cuando me lo presentó, me di cuenta que era un hijo de puta. Con sólo verlo, escucharlo hablar, sus actitudes. No podía hacer nada. Con respecto a las relaciones de pareja es inútil meterse.
Además Catalina no me hubiera escuchado. Estaba super-enamorada, como si la hubieran hechizado. Eran de esas parejas que las ves y decís: - ¡No, no puede ser!-. Si, ya sé “las minitas aman los payasos y la pasta de campeón” pero este aparte de ser un payaso, de ser de esos tipos cancheros, de esos que se piensan que se las saben todas, de esos típicos porteños agrandados que son por los que nos terminan odiando en el exterior, este tipo era un delincuente. Distribuía cocaína y marihuana por toda la zona cercana a Constitución. A ella no le dije nada en ese momento, pensé que pronto se iba a dar cuenta de con quién estaba. Igual pasó un tiempo y seguía de novia con el tipo este.
No tuve noticias de Catalina por algunos meses. Hasta que un día me llamó llorando, me dijo que su novio le había pegado y que lo había dejado. ¡Qué bronca me agarré! Pero bueno ¡Lo había dejado! ¡Por fin! Le propuse que nos encontráramos y me dijo que no, que quería estar sola. No habría pasado un mes y me volvió a llamar. Quería que la acompañara a Isidro Casanova para ver a un gitano que adivinaba el futuro leyendo las manos.
Fuimos en tren. Tardamos más o menos dos horas. En el camino me contó que este tipo le había ido a pedir perdón y que ella estaba confundida, que por eso quería escuchar al gitano, para que la oriente sobre su futuro. Bajamos en la estación de Ramón Castillo y caminamos como veinte cuadras por calles de tierra. Un mapa escrito en una hoja cuadriculada era nuestro guía. Igual llegamos preguntándole a la gente del barrio.
Nos recibió el mismo gitano. Tendría cerca de sesenta años. Estaba vestido con un pantalón gastado y una camiseta malla musculosa que mostraba un gran tatuaje algo arrugado en el brazo derecho. Era petiso, morrudo, algo pelado, con algunas canas. Hablaba un poco torcido para disimular que le faltaba un diente. Eso sí, tenía una mirada indescifrable.
La casa era bastante humilde, nos hizo pasar al patio del fondo, y ahí nos atendió debajo de una parra, en una mesa de esas de cemento redondas que están revestidas con pedacitos de azulejos de colores.
Preguntó si los dos queríamos conocer el futuro y sólo Catalina respondió. Luego le preguntó a ella si yo era de confianza y que si no le molestaba que escuchara. Dijo que no había problemas. Me quedé sentado al costado, en uno de los bancos que hacían juego con la mesa.
Empezó a decirle que ella no era de acá, que había ido porque tenía problemas con una relación sentimental. Después empezó a darle más detalles. Le habló sobre su habitación, la ubicación exacta de la cama. (Le aconsejó que la cambie de lugar por una cuestión de malas energías), describió el color de las paredes, (Naranja claro), un poster que tenía sobre el respaldar (Era de Jim Morrison), una foto que tenía sobre la mesa de luz en la que estaba su familia.
Luego comenzó a hablar sobre su pasado, sobre una historia y una relación media escabrosa con su padre, que le pegaba, y hasta dejó entrever que pudo haber vivido una especie de abuso y por eso ella se había venido desde Corrientes. Catalina comenzó a lagrimear.
Fue en ese momento que comenzó a hablar sobre lo que a ella realmente le interesaba y había ido a buscar: le dijo que había dos hombres en su vida, uno con energías negativas y otro que era bueno.
-Alejate de ese hombre por el que me viniste a ver. Veo una sombra oscura sobre tu futuro, algo muy malo te puede pasar si seguís con él. Alejate lo más pronto posible. Veo otro hombre, ese otro es bueno. Estás dudando. Igual alejate de los dos. Los dos te van a hacer mal. Uno por acción, el otro por omisión. Uno te va a hundir y el otro te puede salvar, pero acá no veo que te salve. Alejate del hombre malo. - Hizo una pausa - Por hoy es suficiente.-  Se lo notaba cansado, igual siguió. - Lo último que te voy a decir es que si lo ves a este tipo, no lo escuches, bórralo de tu vida. Si no querés repetir tu pasado, alejate de él. Después que hagas eso, venite el año que viene, así vemos tu nuevo futuro.
Ella le pidió permiso para pasar al baño y me quedé a solas por un momento con el gitano.
- Pibe, esta chica está muy confundida. A vos te quiere, pero por el otro está ciega. Vos sos el único que puede salvarla. Escuchame bien lo que te voy a decir: Esta noche andá a la casa y sacala de ahí. El otro va a ir hoy también y si lo ve, está perdida.  Tratá por lo que más quieras que no lo vea al otro. Si vos la querés y querés salvarla, haceme caso.
Volvimos en silencio. Ella estaba pensativa y miraba por la ventanilla todo el tiempo.
Antes de despedirnos me dijo: - Ese gitano es un chanta.
-Para mi tendrías que hacerle caso.- le contesté en el tono más serio que pude. - Esta noche vamos a tomar algo. ¿Te vá?
-No, estoy cansada, no quiero salir. Además no tengo ganas de ver a nadie.
-Dale, vamos. Así te distraes un rato.
-¡Quiero estar sola, no entendés!- al instante se dio cuenta que me había gritado. -Perdoname, es que estoy un poco nerviosa. - Me abrazó y me dio un beso muy tierno. - Chau, muchas gracias por acompañarme. - Cuando se estaba yendo, se dio vuelta y me dijo: - Te quiero mucho.
Le hice caso el gitano. Esa misma noche fui hasta su casa, pero nunca llegué a ver a Catalina.
A la semana hablamos por teléfono y me contó que había vuelto con Darío, (así se llamaba el traficante ese del novio). Me dijo que él la fue a ver la misma noche que fuimos a lo del gitano y le dió una nueva oportunidad. Que todo iba a ser distinto. Que al gitano no le creía nada. Que ella sabía que Darío en el fondo era bueno y que ella lo iba a cambiar.
Traté de convencerla pero fue en vano.
-¿Sabés? Se quiere casar conmigo.
Me quedé atónito ante esa frase. Conversamos un rato más sobre cosas que no recuerdo (o tal vez no quiera recordar). ¿Qué podía hacer ante esa situación? ¿Qué le podía decir? Si, me acuerdo muy bien. Le insistí, trate de convencerla, le dije lo que pensaba sobre ese tipo. Las palabras del gitano rondaban mi cabeza. Fue inútil, no la pude hacer entrar en razón. Sin embargo nunca le conté que esa noche yo también había ido hasta su casa, ni mucho menos lo que había pasado con Darío. Desde ese día jamás volvimos a hablar ni la volví a ver hasta sólo recién un par de semanas atrás. Igual me enteré que se había casado con el tipo este, que tenía tres hijos, que había dejado de estudiar y que vivía cerca de Flores.
Una tarde cuando salí de trabajar me la crucé en el subte. Ahí fue cuando la ví por última vez. Ambos bajamos del mismo tren. De lejos la reconocí. Me dí cuenta que también me había visto pero pasó por mi lado como si fuera una más entre las tantas personas con las que fugazmente nos cruzamos a diario. Los colores de su ropa eran un poco estridentes y el pelo que en otro tiempo se lo cuidaba tanto lo tenía como pajoso. Agaché la cabeza y seguí largo. No la saludé porque me sentí avergonzado de que si ella estaba así era en parte mi culpa.
En ese momento me volví a acordar del gitano. Me acordé que esa noche después de volver de Isidro Casanova, tal como él me dijo, fui hasta la casa de Catalina. Cuando estaba llegando Darío también llegaba.
De entrada me apuró: -¡Que mierda hacés acá!
Lo enfrenté -Vengo a ver a Catalina.
Ahí nomás me agarró del cuello y me empujó contra la pared.
-Mirá pelutodo, Catalina es mi mina ¿Entendés? ¡Es mía y me la cojo cuando yo quiero! Así que tomatelas de acá ¿Me escuchás? – me gritaba mientras me apretaba el cuello.
Yo por dentro hervía de bronca, se me pasó por mi mente cagarlo bien a palos, molerlo a trompadas al hijo de puta ese y que nunca más se acerque a Catalina.
-¡Dale, hablá pelotudo! ¡Me entendés!
No me animé.
Con una voz apenas perceptible le dije. –Si, te entiendo, soltame.
-¡Raja de acá y no te quiero ver en la puta vida. Me escuchás!
Agaché la cabeza como en el subte y comencé  a caminar.
-¡Boludito, olvidate de Catalina! ¡Gil!-  me gritaba mientras me iba masticando una rabia incontenible. La misma rabia que sentí ayer cuando leía el diario.
Y tanto aquella noche, como la tarde del subte, como cuando estaba leyendo el diario no dejaba de repetirme: El gitano tenía razón, el gitano tenía razón.


MJS

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