El Fantasma del Gran Hotel Viena

El Fantasma del Gran Hotel Viena

Para pasar el tiempo en los viajes largos con mi hermana habíamos inventado un juego que era como una especie de escondidas en un mapa. Usábamos uno de esos mapas grandotes de Argentina del Automóvil Club. Cada uno, por turno, elegía un pueblo o ciudad para que el otro lo encontrara. Horas no pasábamos jugando a eso. Así descubrí que existe un Londres en Argentina y así fue también que lo terminé conociendo. También pude observar que entre Córdoba y Santiago del Estero estaba la laguna más grande del país. Le iba a ser difícil encontrar a mi hermana un pueblito entre los muchos que me imaginé a primera vista que había en el margen de toda esa costa de Mar Chiquita. Para mi sorpresa había sólo uno. Con el calor que hace por esos lugares ¿Cómo era que no estaba lleno de ciudades como para veranear y meterse en semejante laguna? Con el tiempo descubrí por qué.
Fue en una película llamada Balnearios que oí por primera vez la historia del “Gran Hotel Viena”. Un hotel de cinco estrellas abandonado en la laguna de Mar Chiquita. Se dice que lo habían construido unos alemanes para refugio de jerarcas nazis. Sabía también que cerró a los pocos meses de inaugurado y también es famoso porque comentan que de vez en cuando aparecen fantasmas. Ese hotel queda en Miramar, la única localidad rivereña de Mar Chiquita. Y si había conocido Londres por ese juego, cómo no iba a conocer aquel hotel, aquella laguna, aquella ciudad, y si tenía suerte, ver algún fantasma.
Llegué a Miramar un martes por la tarde. Dejé mis cosas en un hospedaje y me fui casi corriendo a la laguna. Me quedé en su costa hasta que se puso el sol. Se veía no tan lejos la sombra del Gran Hotel Viena. Había pensado ir a conocerlo al día siguiente, pero para qué esperar. Comencé mi recorrido en una torre que era la de otro hotel al que lo había tapado el agua y que tenía en la punta el nombre del pueblo en luces de neón. Después me fui caminando por la avenida costanera que estaba recién hecha. En su recorrido pude ver algunas playas con juegos y sombrillas y bancos cada tanto. Todo flamante, muy preparado para el turismo. Todavía se veían algunos rayos de sol sobre el horizonte. Cuando el asfalto de la costanera terminó, continué caminando por la costa y sobre la laguna se veían grandes pilones de escombros. Como si hubiesen arrojado cientos y cientos de camiones y camiones de escombros.
Llegué al hotel casi de noche. Ya estaban prendidas las luces de la calle. Parecía como si fuese el set de una película. En una de las puertas del hotel estaba echado un perro naranja y negro de esos cruzas con policía. Casi que ni me miró. Soplaba una brisa agradable y se escuchaba apenas perceptible el ruido de algún que otro motor. El hotel daba directamente a la laguna y me senté en una explanada mirando alternativamente el hotel y la laguna. Era imponente ver esa masa de cemento totalmente abandonada con sus muchas ventanas de habitaciones vacías. A lo lejos se veían las luces de la costanera de Miramar. Volví de noche. El perro me siguió un par de cuadras.
Al otro día regresé para hacer una visita guiada. Por una filmación que nos pasaron y después por la guía, me enteré que los dueños habían sido alemanes. Que la construcción había comenzado en 1940. Que el hotel se había inaugurado en diciembre de 1945 y que lo cerraron en marzo de 1946 porque los dueños se fueron del país. Para trabajar en el hotel había un requisito excluyente: saber el idioma alemán a la perfección. El lujo había reinado por todos lados. Tenía su propio banco, telégrafo, aire acondicionado. Un gran comedor con vista  a la laguna. Una bodega con 10.000 botellas de vinos finos y champagne. Panadería propia y seguridad privada. Y un llamativo logo de un águila con las alas abiertas. Estaba divido de acuerdo a las clases sociales. El ala que daba a la laguna era para la clase alta. Había otro sector para clase media. También había un sector para el personal de servicio que acompañaban a los huéspedes. Y al fondo un sector en dónde vivía personal. Por el abandono, por el lujo, por la cercanía al agua, por la división de clases, porque había sido abandonado luego de su primera temporada, de algún modo me hizo acordar al Titanic.
Luego que sus dueños se marcharon el hotel quedó cerrado y al cuidado del encargado de seguridad. Un alemán que se comentaba era grandote y bastante osco. Para darle más misterio a todo, lo encontraron estrangulado dentro del hotel al año siguiente. También se dice que durante la temporada en que estuvo abierto cerraron al público durante una semana. En esos días la gente del lugar recuerda que tres autos negros y muy lujosos llegaron al pueblo. Se reforzaron las medidas de seguridad. Y no dejaban entrar a nadie. Hay muchos nombres dando vueltas, no sólo de celebridades, sino de líderes políticos de gran importancia a nivel mundial que dicen que se hospedó esa semana. No quedó registro de nada. Los dueños se llevaron con ellos toda la documentación.
El hotel es un cúmulo de misterios. Pero en cambio de fantasmas: nada. A pesar que varios investigadores de hechos paranormales habían registraron una de las más altas energías de toda América, no sentí nada. Dicen que en una habitación se aparece por las noches el espíritu del alemán. Otros hablan de haber visto paseando en el salón comedor a una mujer vestida de mucama, que según algunos era la amante del alemán. Pero sin embargo, sin darme cuenta había visto un fantasma. Siempre estuvo a la vista. Como la carta robada del cuento de Poe. Estaba ahí a unos metros. Lo había visto la noche anterior y no me había dado cuenta. Hasta que escuché la historia del pueblo.
Miramar fue por muchos años una de las ciudades veraniegas por excelencia de Córdoba. Le peleaba palmo a palmo a Carlos Paz la cantidad de turistas que recibía. El agua de la laguna es salada y se puede llegar hasta flotar en ella. Además el barro de la laguna tiene propiedades curativas. Hay una fauna riquísima. Me cansé de ver flamencos rojos.
El primer hotel fue construido a principios de 1900 y década tras década se fueron construyendo más y más. Para la década del 70 había más de cien hoteles que en el verano no daban abasto. Se había inaugurado un lujoso casino. La noche a la vera de la laguna era una fiesta constante.  Había muchas pistad de baile, pero una me llamó la atención por su nombre: la “Pista Universal” un lugar para bailar techada en los que miles de personas festejaban los carnavales. Ví fotos y la pista tenía muy bien puesto ese nombre. En los veranos llegaban turistas de todo el país para disfrutar de esa inmensa laguna. Que por su inmenso tamaño parece un mar. Para que tengan una idea de la dimensión, cuando fui yo, medía 60 de ancho por 90 kilómetros de largo. Esa laguna, en apariencia tranquila, tiene vida. Respira. Inhala y exhala. Lo hace despacito. Se toma su tiempo. Inhala durante cincuenta años y exhala durante otros cincuenta años. Cuando construyeron los primeros hoteles y luego todo el pueblo, nadie sabía que la laguna tenía vida.
Desde 1973 a  1976 se registró un record de turistas. Luego de esa temporada el agua comenzó a avanzar. Subía a razón de un centímetro por semana. Para 1977 el agua había subido medio metro. Para 1978 había llegado a la antigua avenida costanera. La lucha de todo el pueblo duró varios años. Barreras de cemento, bombas de agua, bolsas arena, canales. Todo el ingenio del hombre no pudo contra ese centímetro de agua que subía por semana. Todos dicen que esa lentitud para subir del agua hizo más angustiante esa lucha inevitable contra la naturaleza. Para 1984 cien hoteles estaban bajo el agua. El casino también; la nueva iglesia; la pista universal; la calle San Martín, en donde funcionaba el centro comercial. Todo bajo el agua. Gran parte de las casas también. La mayoría de las 4000 personas que habitaban Miramar perdió todo. Se produjo un éxodo masivo. El pueblo quedó desolado y sumergido. Los escombros que había visto la noche anterior pertenecían a las construcciones inundadas. Para los pobladores que se quedaron, les era muy difícil vivir y observar en la laguna los  techos de los edificios asomando en el agua. Era observar diariamente esa lucha desgastante que habían perdido y que duró siete eternos años. Era muy triste ver eso. Decidieron dinamitar a todos las construcciones sumergidas. Sólo quedaron los escombros y las calles que se internan en la laguna.
Fui a ver con más atención a lo que había sido Miramar en su edad de oro. Lo único que pude distinguir fueron los hierros retorcidos de los que había sido la pista universal. Al caminar sobre esos escombros se percibe un aire que nunca antes había sentido. Como de muerte, pero no de alguien, de algo. Se respira un aire de abandono y de mucha tristeza. Hay cierta resignación y miedo en la mirada de la gente mayor con la que me crucé en Miramar.
Ahora se está recuperando. Hay muchos nuevos hoteles, una nueva costanera, un anfiteatro con vista a la laguna, están construyendo un nuevo casino. Queda como testigo silencioso el Gran Hotel Viena. Quedan también muchas historias en los escombros de lo que fue ese pueblo veraniego llamado Miramar. La única localidad situada a la vera de la Laguna Mar Chiquita.


MJS

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