Mandar todo al carajo e irse a recorrer el mundo


Mandar todo al carajo e irse a recorrer el mundo

Creo que la mayoría de las personas fantaseamos alguna vez con mandar todo al carajo, agarrar una mochila, e irnos de viaje por ahí, a recorrer el mundo. Más de una vez le escuché a varios decir más o menos lo mismo. La gran mayoría se queda en eso. En fantasías y frases sueltas al aire. Pensar, decir es  fácil, ahora hacerlo, no debe ser tan sencillo. Sino el mundo estaría plagado de nómades y viajeros en busca de aventuras.
Yo tengo la fortuna de poder hacerlo. Si, después de mucho tiempo de trabajar en una empresa decidí mandar todo al carajo e irme por ahí,  a viajar y recorrer el mundo. No sé si me voy para siempre, si voy a volver.  Todavía no sé bien adónde voy a ir. No sé si voy a extrañar y el para siempre me dura nada más que tres meses. Pero esa incertidumbre, eso de no saber lo que me va a pasar, ya esa adrenalina previa al viaje, me está haciendo sentir más vivo que nunca. Para mí el día que me fui de ese trabajo fue como si hubiese nacido de nuevo. Esta sensación de libertad es algo muy difícil de describir con palabras.
Eso sí, me voy a tener que ir rápido porque sino uno es propenso a buscarse actividades y crearse hábitos y caer de vuelta en algún tipo de rutina. La misma sociedad te lleva a eso. Y es que desde los cinco años nos van formateando: Jardín, primaria, secundaria, universidad (tuve la suerte de poder ir) y después trabajo, cursos, trabajo, postgrados, trabajo, más trabajo. Quiero romper con esa estructura que la sociedad creó. Esa estructura, de prepararnos para trabajar rutinariamente. La sociedad moderna nos lleva a que terminemos siendo animalitos de hábitos. Romper con eso, con esa estructura y esos hábitos, es uno de los desafíos de mi viaje. Voy a experimentar conmigo. Como si fuese un conejito de indias, pero en vez de enjaulado, libre. Quiero ver en qué me transformo, si es que lo hago.
Trabajaba de lunes a viernes, de algo que no me gustaba. Tenía el consuelo de irme de vacaciones y viajar y era feliz viajando y cada vez que volvía de vacaciones, cada vuelta se me hacía más difícil. El mismo lunes que volvía ya estaba estaba pensando en mis próximas vacaciones. ¡Qué lindo poder vivir de vacaciones! Pensaba. Cada regreso tardaba más en adaptarme. Y lo que me pasaba a mí, desgraciadamente le pasa a muchos, a la mayoría me atrevo a decir. Y después los fines de semana que no alcanzan para despejarte. Y de nuevo el suplicio de los lunes, de las pocas ganas, de las quejas y a esperar el viernes, el fin de semana, que encima se pasa volando. Y así van pasando las semanas, así van pasando los meses hasta que llegan las próximas vacaciones. Y así se pasan los años y así se nos pasa la vida. Sin que nos demos cuenta. Una vida así es muy desalentadora. ¡Una vida! Como si tuviésemos muchas y esta fuese solo un ensayo para otra vida, para la próxima, para  esa con la que fantaseamos y soñamos pero que nunca vendrá.
Es posible que no hubiese llegado a sentir todo esto si hubiese trabajado en algo que me apasione. ¿Necesidad, comodidad, conformismo, no me quedaba otra, no saber lo que quería? Ese será otro de los desafíos del viaje. Y he aquí en donde entra en juego el maldito dinero. Y de la mano del vil metal entra un enemigo fundamental: La vida burguesa. Es muy cómodo una vida con un sueldo relativamente bueno en una ciudad como Buenos Aires en dónde todos los días (o mejor dicho todas las noches) hay algo para hacer. A veces como compensación por esas horas en el trabajo las balanceaba con salidas: ir a milongas, peñas, teatros, cine, jugar a la pelota, ir a correr, cena con amigos, salida con alguna chica. Ojo que soy consiente que soy un afortunado de la vida. Tuve la suerte de poder haber estudiado a pesar de que mi origen que es bastante humilde. (Igual esa es otra historia, no viene al caso aunque me parece oportuno aclararlo). El asunto es que llegué a un punto en el que no daba más. En que esa vida burguesa de salidas no compensaba esas horas de un trabajo que se había convertido en un calvario. Sentía que estaba desperdiciando la vida. En que esas horas invertidas eran una pérdida de tiempo, que no le aportaban nada: ni a esa empresa en la que trabajaba, ni a la sociedad, ni mucho menos a mí. Me sentía vacío. “Existe un transformador que te consume lo mejor que tenés”, genio Charly.
Conocer la Muralla China, San Petesburgo, Casablanca, Vietnam, Kuala Lumpur, Lisboa, Manaos… ¿Para cuando lo iba a dejar? ¿Para esa otra vida que viene, que es inexistente o para esa otra de fantasía? ¡No!. Así que decidí salir de esa zona de confort que me estaba consumiendo la vitalidad, la energía, y lo mejor que tenemos: el tiempo. Y sobre todo y lo más importante: no era feliz. Me llevó tiempo salir, fue un proceso largo. Y con largo me refiero a varios años. Pero al final lo hice: Mandé todo al carajo y me voy a ir a recorrer el mundo.
Bueno, quiero compartir esta experiencia con todos los que me quieran acompañar.
¡Sean ustedes bienvenidos a este viaje!

Marcelo Javier Silva
17 de febrero de 2017

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