Lo que cuesta vale ( o como logré mandar todo al carajo)

Lo que cuesta vale
(O cómo logré mandar todo al carajo)

Hace un tiempo escribí que había mandado todo al carajo y que me iba a recorrer al mundo. Es así, pero no tan así. Me refiero lo de mandar todo al carajo. No es que un día me levanté cruzado, mandé a cagar a mi jefe, me subí al escritorio del gerente y le hice pis en la cara mientras le gritaba:
-¿Sabés qué pelotudo? ¡Metete en el orto esta empresa del orto!
No, no fue así. No fue un solo día, ni un rapto de locura. Fueron varios años de desgastar una relación laboral con un claro objetivo: Que me rajen. Ojo, como toda relación tuve momentos muy buenos. Cuando empecé y durante muchos años me quedaba después de hora, iba a trabajar algunos días feriados, una vez me acuerdo que me quedé hasta las tres de la mañana. Y lo hacía porque me gustaba trabajar de lo que trabajaba. Tenía la esperanza de hacer carrera ahí adentro. Estaba orgulloso. Le contaba a todo el mundo: trabajo en tal y tal lado. E inclusive en los boliches más de una vez dije dónde trabajaba pensando que eso iba a impresionar a alguna chica. Tuve reconocimientos: me premiaron por mi creatividad, fui campeón de ajedrez, aprendí portugués (el curso me lo pagó la empresa). Y lo mejor de todo: me mandaron a Brasil y a México. Trabajaba todo el día en esos viajes, pero no me importaba nada, estaba en otra ciudad, en otro país, en hoteles de primera, comiendo camarones, sushi, langosta. Y las horas libres las aprovechaba a más no poder para recorrer y conocer. Sin ese trabajo no hubiese conocido Playa del Carmen, ni Tulúm. Y ese fue un antes y un después. “Quiero más de esto, quiero conocer más de estos lugares” me dije. Para eso necesitaba plata y tiempo.
Una forma de conseguir plata era ascendiendo laboralmente. Y cuando comienzan las ambiciones y espectativas comienzan las desilusiones. Lo que pasa es que todos tienen ambiciones, en mi caso quería plata para viajar, algunos tienen otros objetivos: mantener a su familia, comprarse un departamento, la educación de sus hijos, ir de shopping, salidas a bares, restaurantes o boliches, y algunos casos, los más jodidos, además de plata ambicionaban poder. Es una carrera en la que vale todo, y donde los valores y la ética tienen muchos grises.
El equipo de trabajo que integraba cuando tenía intenciones de ascender y estaba en lo mejor de mi relación laboral era excelente. El más profesional que integré. Habíamos desarrollado un sistema de costos, que sin exagerar, era el mejor de América Latina. Por eso me mandaron a Brasil y a México. Las esperanzas de un ascenso no eran descabelladas. Y ahí fue cuando me empecé a desilusionar, o (por suerte) comencé a tomar nuevos rumbos.
Si me parece injusto que a mi o a mis compañeros les paguen de menos o veo que se merecen un ascenso voy a ir reclamar, a quien sea. Si alguien hace un chiste y no me causa gracia, no me voy a reír por más que seas mi par, un jefe o el director general. Si me caes mal no puedo fingir y sonreírte. No puedo sentarme a comer todos los días con un gerente por interés y escuchar sus conversaciones y asentir con la cabeza y hacer de cuenta que sus estupideces me interesan. No, no me sale hacer nada de eso. Y eso es parte del juego, una parte muy importante. Son las reglas te gusten o no. A mi gusta ganar y competir. A lo que sea. Pero no de cualquier manera.
En nuestro sector, la parte operativa la hacíamos muy bien, en mi caso la parte estratégica y política no tanto. La empresa regaló por ese entonces maestrías a los empleados, a nuestro sector no le tocó ninguna, y al sector de al lado dos (nos peleamos con medio recursos humanos por ese motivo). Al tiempo quisieron implementar desde la casa central un sistema de costos de una empresa multinacional alemana que no era muy bueno, pero a nivel accionario a la empresa le servía y nosotros nos opusimos, y nos peleamos con todos, hasta con los de la casa matriz. Y le ganamos a los de la casa matriz. Por un rato. A la larga desconectaron a nuestro sistema y pusieron el nuevo que era y es todavía una porquería y no se puede ni comparar con el que habíamos desarrollado. Eso me dolió un montón. En la escuela nos deberían enseñar educación emocional.
El ser algo conflictivo no es tan bueno para que te asciendan. Las empresas quieren empleados fieles, que digan todo que sí, que defiendan los intereses de los accionistas y no lo de los empleados. También sucede que a veces la opinión de una persona puede llegar a decidir tu futuro. Eso es muy injusto. Y más si esa persona es un imbécil. Tener que vender tu dignidad para agradarle a alguien es denigrante. He visto muchas injusticias durante muchos años. Pero ni la vida, ni la sociedad, ni las empresas son justas. El capitalismo es injusto de por si. A pesar de todo me esforcé. Hice un par de maestrías, estudié inglés, pero no pasaba nada. No me iban a ascender. Ascendían a otras personas que tenían cualidades políticas, de las cuales carecía.
Fue por ese tiempo que nació la idea de tener una empresa propia, de no tener jefes. Una empresa con mis valores. Esa opción era la mejor manera de hacer plata para poder tener algo de libertad y viajar donde quisiese. Y ahí fue entonces que decidí irme, que me rajen. Mandar todo al carajo. Y ahí fue entonces que comenzó una lucha silenciosa contra esa empresa. Se me había ido la pasión de trabajar en ese lugar, pero tenía que aguantar para que me rajaran. Y de a poco pasé de ser un empleado casi de excelencia a convertirme en una especie de parásito. Llegaba tarde, no tenía ganas de hacer nada. Además como ya no demostraba ambición veía todo sin emoción. Comencé a ver todo más fríamente. Fui observando muchas otras injusticias, como la competencia que se genera ahí adentro te lleva a que vivas tensionado, de mal humor. Me fui dando cuenta que no siempre triunfan las mejores personas, no siempre te tocan jefes que son buena leche. Y eso no es exclusivo de esa empresa. En todos lados pasa lo mismo. Es el sistema.
Y como no tenía ganas de hacer nada ahí, para no aburrirme comencé a escribir. Mis dos libros y la mayoría del tercero lo escribí ahí adentro. Había logrado que una empresa multinacional me pagase por escribir. Me había mentalizado así. Esa era mi manera de mantenerme sano emocionalmente. Cumplía con mis tareas, pero las básicas. Como tenía bastante experiencia a veces con una o dos horas por día de trabajo eran suficientes. Me llevaba mal con mis jefes, me molestaba hasta que me pidieran trabajo. Había veces que durante dos o tres días no hacía nada. No me salía, algo dentro de mí me impedía trabajar. Mi límite era no joder a ningún compañero con mi “destrabajo”. Y el resto me la pasaba leyendo escribiendo y boludiando. Pero parecía que algunos de los de personal todavía tenían un buen concepto de mi, así que no me echaban. Era increíble.
El último tiempo traté de no vincularme con nadie, porque eso de mantener vínculos ahí adentro atentaba contra mi objetivo, y a veces, inconscientemente, lo usaba de excusa para quedarme un tiempo más. Me volví apático. Por ejemplo pasé de ser el organizador de la fiesta de fin de año a no ir a esa fiesta. No iba a comer con mis compañeros. Eso era un trabajo en si mismo que requería conducta y paciencia. Me llevó tiempo y cada vez hacía más explícita y evidente mi desidia. Había creado una burbuja para protegerme emocionalmente. Mentalmente me sentía afuera. Y había veces que eso me divertía, porque como no me sentía parte, veía todo como si fuese un espectador en un circo. Observaba como algunos hacían humo y no trabajaban un carajo, las falsas risotadas ante alguna estupidez de un gerente, ver como otros se hacían los preocupados, y lo peor era ver a los que se preocupaban en serio (como lo había hecho yo en su momento). Sin embargo había muchas buenas personas ahí adentro. La mayoría. Pero no son las personas, es la perversidad con la que está diseñado el sistema, como generan la competencia entre pares, la falta de comunicación, los radiopasillos, los chismes, el que premien a los alcahuetes. A pesar de mi burbuja no eras fácil. Había veces que cuando sonaba el despertador, el solo hecho de pensar que tenía que ir a trabajar se convertía en una pesadilla. Los últimos meses, estar ahí adentro ya me eran insoportables.
Hace poco, el 13 de enero a las 13:55 hs., en parte gracias a la crisis económica, la baja del consumo y a la política de reducción del costo laboral tuve la fortuna que me despidieran. Para muchos puede ser traumático que te rajen de un trabajo. Para mi fue como si me hubiese salido de una cárcel. Es por eso que digo que ese día nací de nuevo. El “mandar todo al carajo e irme a recorrer el mundo”, al menos la primera parte, la de mandar todo al carajo no me fue tan fácil.
No sé lo que será de mí de ahora en más. Ni en el viaje, ni cuando vuelva, si es que vuelvo. Lo que me ocurra ahí ya lo iré viendo. Me tengo que hacer cargo de la responsabilidad de esta libertad, que no es fácil.¿Qué iba a hacer ¿Quedarme en una empresa trabajando y agachando la cabeza toda la vida? No, la vida se merece mucho más que eso, y yo soy un afortunado de tener la posibilidad de irme a recorrer el mundo y hacer lo que se me antoje. Siempre quise viajar y escribir. Son dos de las cosas que más me apasionan. Ahora depende de mí. Me costó mucho esfuerzo lograr estar dónde y cómo estoy ahora. Y es verdad lo que dicen eh. Lo que cuesta vale.
Y eso que esto todavía no comenzó.

Marcelo Javier Silva
25 de marzo de 2017

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